Romeo y Julieta. B. Opera del Rhin. Crítica


ROMEO Y JULIETA
UN AMOR INÚTIL
 
 
 FOTO: B. OPERA NATIONAL DEL RHIN
Si hay un título profusamente representado es el de Romeo y Julieta, tanto en teatro de prosa como musical en su forma cantada o bailada.
 
A nivel balletístico ha privado la clave romántica en estilo clásico durante décadas. Posteriormente otras versiones se han atrevido a ambientarla en el seno de colectivos varios y distanciados de la Verona Shakesperiana. En nuestra cultura española, una de las traslaciones más originales fue la de Los Tarantos, que sitúa la historia en el poblado gitano.
 
En casi todas estas versiones el amor de Romeo y Julieta, siguiendo el original shakesperiano, se presenta como el amor imposible y al mismo tiempo redentor. Shakespeare escribe un epílogo en el que el Príncipe de la ciudad, ante los cadáveres de los dos amantes pide la reconciliación de Capuletos y Montescos, al mismo tiempo que muestra que la única forma de conseguirlo es superando las diferencias, a través de un sentimiento superior como puede ser el "amor". Capuletos y Montescos se reconcilian.
 
Bertand d’At, coreógrafo y dramaturgo de esta versión da la vuelta a la visión tradicional. Comienza por situar la Verona literaria en Kiev (Ukrania), en el momento de la Revolución Rusa de 1917. A nivel conceptual podría ser cualquiera otra guerra civil o internacional. Esta traslación a la enemistad entre rusos blancos y rojos, no es algo gratuito y mera acomodación externa. Tal concepción le ha llevado a crear una nueva dramaturgia que incide en el mensaje. Un mensaje más desolador que el que nos brinda Shakespeare.
 
El amor de Romeo y Julieta deja de ser ejemplar para la sociedad en que viven, aunque lo puede ser para los espectadores, que vamos conociendo todos los acontecimientos. Los cadáveres de los dos amantes quedarán abandonados en una calle cualquiera de Kiev. Los soldados pasarán indiferentes ante ellos, llegando incluso al robo de los enseres. Romeo y Julieta son una piltrafa más de la secuelas de la guerra.
 
Hay algo más en esta visión de d’At. Estamos habituados, a través de la literatura, el cine y las noticias que nos vienen de los países en guerra, a contemplar las dramáticas consecuencias que se derivan de amores mixtos. Tras la segunda guerra mundial, la mujeres que volcaron su amor en los alemanes, fueron maltratadas y rapadas por sus compatriotas. Algo similar le sucedió al amante del otro bando. El castigo se infringe por haber sido traidores a la patria y a sus ideales. No se entiende que el amor puede llevar a lo que se llama traición. Aquellas mujeres y hombres ¿eran realmente traidores o eran la encarnación de nuevos Romeos y Julietas?
 
Así pues, Romeo y Julieta pasan de ser ejemplo de amor y reconciliación, a mal ejemplo de egoísmo y desunión. Si en el original Skakesperiano la llegada del Príncipe ratifica el final de una lucha entre las dos familias que regentan Verona, aquí se trasluce el mayor pesimismo: la imposibilidad de reconciliación entre los pueblos.  Por desgracia la realidad constata que, a pesar de los esfuerzos de una parte de la humanidad por buscar la paz, las guerras siguen formando parte de la esencia del ser humano. El Romeo y Julieta de d’At nos toca emocionalmente.
 
Todo esto se nos ha transmitido a través de una danza que tiene muy en cuenta la continuidad narrativa, sin concesiones a lo espectacular o el virtuosismo. La línea narrativa no se interrumpe en ningún momento, y el tratamiento se ha preocupado de contarnos una historia así como llenarla de connotaciones a nivel balletístico. No opta por un estilo unitario, sino que a cada situación aplica un estilo de danza que transcurre por el clásico, lo contemporáneo, lo folk o el baile acrobático en las luchas. Estilos que están bien aplicados a la línea narrativa y musical y bien ensamblados.
 
Hay momentos de gran sublimidad como es el lirismo de las puntas en la habitación de Julieta o el primer paso a dos de los dos enamorados, en el que la salida de Julieta es de una gran poesía. Impacta también la expresividad del carácter de Julieta al entrar en el baile con un tipo de danza que nos trae a la memoria a Isadora Duncan. Una danza libre sin ataduras, a lo que ayuda, intencionadamente, el vestido a lo Duncan. El saber encontrar el movimiento acorde con la música de Prokofiev y el carácter de los personajes o las situaciones corales es algo notable. Toda la representación está llena de matices de feliz hallazgo. Mercucio, de siempre, es un personaje entrañable. Aquí lo es más. Impresiona cómo se resuelve su muerte, que no olvida el amor y protección que siente por Romeo. De gran expresividad ese rodar por el suelo hasta aprisionar las piernas de Romeo.  En línea similar está la narración de la duda, en Julieta, por ingerir el bebedizo, que lo expresa admirablemente  a través de una serie de líneas de acercamiento, algunas de ellas simulando un equilibrio. Otro de los momentos impactantes es el solo desesperado de Romeo, sobre el que avanzan los módulos transformados en muro. Módulos escenográficos que se desplazan, durante toda la representación, con gran agilidad sin romper el ritmo de la narración ni de la danza.
 
Cuando en 1994 se estrenó en Madrid, lo que quedó en mi recuerdo fue la última danza de la muerte de Julieta en brazos de Romeo, intentando dar movimiento a brazos y piernas. Es un angustiante y bello paso a dos en el que el cuerpo inerte de Julieta consigue cobrar vida, gracias a Romeo, mediante una danza que apunta el estilo clásico. Paso a dos que supone una gran dificultad, como en general todo el ballet.
 
Otro de los ciertos toca al cuerpo de baile. Funciona narrativamente y balletísticamente. El tema de la lucha no se ciñe a los momentos de lucha. Estamos en guerra y por lo tanto las callejuelas de Kiev están llenas de enfrentamientos y emboscadas. Este tema de violencia no se olvida durante toda la representación y, aunque se desarrollen paso a dos u otras situaciones, entre los resquicios que nos dejan los módulos, el cuerpo de baile crea una danza de enfrentamiento.
 
A nivel de danza ha sabido connotar el espacio. No estamos en cualquier ciudad, sino en Kiev. Tal sensación la consigue acudiendo al folk ukraniano en las danzas populares, pasadas por el tamiz de la estilización. Las líneas corales atraviesan la escena, se recluyen el fondo, ocupan el centro para expresar lo festivo y lo violento.
 
Volviendo a ver este ballet 19 años después, se constata que el tiempo no ha hecho mella en él. Sigue fresco e impactante, sin que, en él, nada haya de gratuito.
 
A nivel de bailarines, todos muestran una gran profesionalidad. Al no aparecer en el programa los días que bailaban los solistas, ya que estaban doblados, me es difícil recurrir a los nombres. Solo puedo decir como indicación que esta crítica responde a la representación del 2 de junio.
 
Los aplausos resonaron muy generosos para todos, insistiendo en las figuras centrales  y subieron de volumen al aparecer Mercutio. Una velada inolvidable que va más allá de la danza, y nos hace reflexionar sobre los desastres de la guerra. Impresiona el cuadro final: los soldados pasando indiferentes antes los cadáveres.
 
Algo que me ha llamado la atención y me ha llevado a confusión, es que en la información previa no se alude al estreno en 1994, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.  En principio creía que se trataba de un ballet distinto. Después pude comprobar que en 1994 ya había escrito la crítica, que se decantaba por el elogio. (CLIKEAR).
 
Título: Romeo y Julieta
Música: Serguei Prokofiev
Coreografía: Bertrand d’At
Escenografía y vestuario: Rudy Sabounghi  
Puesta en repetición: Claude Agrafeil y Didier Merle  
Compañía: Ballet de l’Ópera du Rhin
Dirección artística: Ivan Cavallari  
Bailarines: Virginie Bigois-Freches, Erika Bouvard, Myrina Branthomme, Grégoire Daujean, Sandra Ehrensperger, Jonathan Freches, Eureka Fukuoka, Baptiste Gahon, Marine Garcia, Claire Golluccio, Thomas Hinterberger, Sarah Hochster, Émilie Krieger, Vera Kvarcakova, Boyd Lau, Renjie Ma, Stéphanie Madec, Christelle Molard-Daujean, Pasquale Nocera, Céline Nunigé, Sybile Obré, Wendy Paulusma, Jean-Philippe Rivière, Ramy Tadrous, Alain Trividic, Alexandre Van Hoorde, Lateef Williams, Kevin Yee-Chan, Zhi Jie Zhou, Miao Zong.
Intérpretes:
Boyd Lau / Renjie Ma (Roméo), Stéphanie Madec-Van Hoorde /Christelle Molard-Daujean (Juliette),  Alexandre Van Hoorde /Mia Zong (Tybalt),  Jean-Philippe Riviere / Kevin Yee Chan (Mercutio),  Mathieu Guillaumon (Pâris),  Marine Garcia / Sandra Ehrensperger (Mab),  Myrina Branthomme (Madame Capulet),  Alain Trividic
(Moniseur Capulet),  Wendy Paulusma (Nourrice),  Egon Madsen (Frère Laurent),  Miao Zong / Alexandre Van Hoorde (Capitaine),  Claire Golluccio, Véra Kvarcakova, Erika Bouvard, Thomas Hinterberger (Les 4 Clowns)
Puesta en escena: Bertrand d’At
Duración: 2h y 30 minutos  (descanso incluido)
Estreno en Madrid: Teatros del Canal (Sala Roja), 31 – V – 2013
 
 FOTO: VIDEO PROMOCIÓN
 

 


José Ramón Díaz Sande
Copyright©diazsande


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