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YO, EL HEREDERO BIENVENIDO, DE FILIPPO |
Stuaciones y personajes fácilmente reconocibles |
YO, EL HEREDERO BIENVENIDO, DE FILIPPO
Poco a poco se va recuperando el teatro de Eduardo De Filippo en España. Ciertamente esta propensión del teatro madrileño a llevar a los escenarios la obra de creadores que durante decenios habían sido descuidados resulta en ocasiones un tanto compulsiva, pero, aun así, a pesar de la artificiosidad de estos entusiasmos repentinos y a pesar de que esa recuperación debiera haberse llevado a cabo hace muchos años, bienvenido sea Eduardo De Filippo. Pocos dramaturgos, aunque tantos lo hayan pretendido, han logrado ese equilibrio entre una historia humorística y hasta entrañable y una crítica precisa y lúcida de una sociedad. La Italia de los años centrales del siglo pasado, vista desde los ojos de Eduardo De Filippo, muestra el abismo que existe entre la fachada pretenciosa de un país próspero y apacible, moderno, y la existencia de un mundo de menesterosidad social, económica, psicológica y moral que la sociedad establecida oculta bajo la máscara de la caridad o de la benevolencia. Este contraste resulta grotesco, hilarante y doloroso a un tiempo. No hace falta insistir en que sus situaciones y sus personajes resultan fácilmente reconocibles también para el espectador español. La escritura de De Filippo revela una singular teatralidad. El tono desenfadado y el aire divertido de sus diálogos y personajes van dejando en el espectador una sensación agridulce. Tras la carcajada o la sonrisa, el espectador se siente acometido por un estremecimiento. Bajo la envoltura de una historia dislocada e hilarante, asoma la crítica afilada y certera. No es fácil sostener el pulso a lo largo de toda una obra. Pero la mano prodigiosa del escritor lo consigue una y otra vez con esa facilidad aparente de la que solo están dotados algunos creadores. Estas cualidades se perciben también en esta farsa tragicómica o en tragicomedia grotesca, Yo, el heredero, que cuenta una historia imposible que, sin embargo, impone su necesidad de manera implacable. De ahí que resulte tan inquietante. La llegada del personaje inesperado – e incómodo -, su pretensión, inverosímil, pero irrenunciable, de compartir su vida con los habitantes de la casa pone marcha un mecanismo demoledor, que tirará por tierra las supuestas convicciones morales de una familia tan respetable como corrompida e hipócrita. Todo un sistema de valores se derrumba estrepitosamente sin que nada ni nadie pueda impedirlo. Seguramente no es fácil poner en escena a De Filippo. La aparente naturalidad de sus diálogos, la frescura de los personajes y la incisividad de la historia podrían conducir al engaño de que se trata de un dramaturgo asequible. No es así. La sutileza de su escritura requiere de una sensibilidad, de un oficio y de un talento a la altura de las circunstancias. A mí no me ha gustado el espectáculo que hemos visto en el Teatro María Guerrero, a pesar de la belleza del texto, y a pesar del indudable esfuerzo de los responsables del CDN y de la escenificación, de la dignidad del trabajo en su conjunto o de la calidad de los aspectos plásticos: iluminación, vestuario, escenografía, etc. No me ha gustado porque, a mi entender, la dirección de actores y la concepción que inspira el espectáculo parten de premisas equivocadas. Yo, el heredero no es una comedia disparatada y chirriante. O, por lo menos, no es solo eso. Por momentos el trabajo me recordó a algunas escenificaciones – superficiales – de textos de Jardiel Poncela, movidas por la intención de apurar lo disparatado o lo hilarante. Advierto en el espectáculo demasiada impostación, excesiva tendencia a subrayar lo extravagante, y escasa voluntad de profundizar en la complejidad de unos personajes que no son caricaturas, sino que esconden existencias atribuladas o falseadas, deseos o frustraciones, a las que una férrea norma social impide expresarse con libertad. Y nada de eso se ve en espectáculo formalmente cuidado, esos sí, pero epidérmico y, en suma decepcionante En el elenco hay algunos actores estimables (no todos, ciertamente), pero el resultado de la labor actoral en su conjunto parece pobre, como si los intérpretes se hubieran dejado llevar por las soluciones más fáciles o por las que aparentemente les procuraran un efecto más brillante o más inmediato. Falta dolor en los personajes que nos entregan. Y creo que ese dolor es imprescindible en el teatro de De Filippo. Y, lo que es más significativo, falta también humor. Humor, no comicidad.
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