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TAZÓN DE SOPA CHINA Y UN TENEDOR
Desde su título, Tazón de sopa china y un tenedor (o hacer el gilipollas) sugiere un espectáculo desenfadado, provocativo y proteico. Las relaciones de pareja, el amor y el desamor, la soledad y los subterfugios para combatirla, o para esconderse de ella, son los temas principales que se esbozan, más que desarrollan. Como cabía esperar, el tratamiento incluye sus dosis de escepticismo, de ternura, de humor, de acidez y de cinismo. La capa de levedad que encubre unas relaciones, o una ausencia de ellas, nada fáciles, permite vislumbrar zonas doloridas, pero sin que nunca se consienta hablar de ello con excesiva seriedad, ni siquiera reconocerlo con algún asomo de franqueza. Se prefiere la burla, no demasiado cruel, la mordacidad apuntada o el escorzo oportuno. Todo ello en una línea de expresión postmoderna, no muy ajena a la empleada en otros medios expresivos -cine, novela, canción, etc.- o en algún teatro reciente, que, sin embargo, no resulta en el presente espectáculo envejecida u obvia. Por el contrario, mantiene una cierta frescura y hasta una relativa originalidad, perceptible sobre todo en una formalización del trabajo que, sin aportar ingredientes del todo nuevos, los ofrece rejuvenecidos, aligerados y limpios. La compañía los ha asimilado y los ha hecho suyos, por lo que un espectáculo, que en ocasiones parecería asomarse a territorios mostrencos, mantiene un grado suficiente de autenticidad, una proporción generosa de vida propia. No faltan tampoco las proyecciones de imágenes y de textos sobre el fondo del escenario, ni tampoco la música, agresiva e intensa en ocasiones, cuya irrupción en el escenario corre a cargo de una tercera actriz, que opera como técnico, como maestro de ceremonias, como coro singular, como árbitro o como un espectador que jalea las acciones de uno u otro. Todos estos elementos dialogan con la palabra y con la acción escénica que ejecutan los intérpretes – performers, como el grupo parece preferir, pero el diálogo busca siempre quebrar la posible trascendencia y se resuelve en la ironía o en el quiebro de la acción. La formulación de las desavenencias o de los desamparos, de las distintas actitudes ante el amor o el desamor, recurre a la expresión corporal, a la plasmación física poderosa, desorbitada, acrobática, pero original y eficaz, componente e imprescindible -en este trabajo- de esa ironía, a la que contribuye también un peculiar empleo del desnudo -del semidesnudo más bien- como imagen de esa intimidad quebradiza y vulnerable. Y merece recordarse también la secuencia de la sopa -que da título al espectáculo-, divertida e inquietante, y dotada de una notable capacidad de sugerencia. Este tipo de proyectos requieren un nivel de entrega, de convicción por parte de los intérpretes, una implicación absoluta en su diseño. Aquí se cumple esa condición, a la que cabría añadir la simpatía transmitida, que no es sino una consecuente forma de coherencia entre lo que se propone y su manera de afrontarlo, y también a la adecuada preparación técnica y física para llevarlo a cabo.
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