![]() |
LA DEL MANOJO DE ROSAS |
Hemos visto un Manojo de Rosas en competencia con Plácido Domingo que ese 25 de julio – domingo y noche de estreno de El manojo – cantaba el Simón Bocanegra… |
LA DEL MANOJO DE ROSAS
Se ha hablado mucho de las circunstancias en que se creó, de su paralelismo con La Chulapona de Moreno Torroba y su innovación en el mundo de la Zarzuela, al musicar en dos actos un sainete y convertirlo, en cuanto al tiempo, en zarzuela grande. Para todo esto me remito a esta misma página en la sección de entrevista. La versión que nos ofrece Tempolírico convence, tanto a nivel musical como a nivel interpretativo. La dirección de Carlos Fernández de Castro y la versatilidad de los intérpretes nos proporcionan una historia creíble. Y esto nos sorprende, sobre todo en la parte interpretativa, pues no es fácil, en el mundo de la zarzuela, que todos muestren una gran capacidad cuando llegan los textos hablados. A ello se añade un fluido movimiento escénico. A nivel escenográfico se ha ido a un cierto esquematismo, comprensible en estas representaciones al aire libre. Los edificios han sido sustituidos por andamiajes recubiertos de lonas verdes (material de plástico, pero al efecto es lo mismo). La idea de recurrir a las lonas, viene dada – según testimonio de sus creadores – por estar en tiempo de preguerra. Esto ya se entiende menos, puesto que en el año 1934 los edificios en Madrid, todavía no poseían tal recubrimiento. Otra cosa es que, saltándonos las reglas del realismo en el decorado, las tales lonas sirvan, simbólicamente, de preanuncio de la hecatombe civil. Dudo de que el ´publico lo capte. Por otro lado, desde el punto de vista de economía de medios es una buena solución y como en el teatro según Querubini, el empresario de una Compañía de ópera barata de El Dúo de la Africana, “nel teatro tutto è convenzionale”, pues eso… Este tema de la preguerra está muy discretamente tocado en la obra por los libretistas. Sólo algunas alusiones: Mussolini, el republicanismo, la aversión a los colores de la bandera nacional y por ello evitar un ramo de rosas amarillas y rojas, etc… pinceladas aquí y allá de la situación social. También es verdad que el género del sainete no es una obra de compromiso social y no tiene por qué ir por otros vericuetos. Sí en cambio se detiene, en forma irónica, en las modas culturales nacientes: espiritismo, psicoterapias, freudismo, nuevos ritmos bailables, así como el uso de la jerga del momento. En este sentido retrata una sociedad, la urbana madrileña, desde la óptica irónica. Mucho se ha dicho de las posibilidades musicales y bailables de la obra. Posibilidades que gozan de parabienes. Si ya en versiones anteriores, como la de Emilio Sagi en el teatro de la Zarzuela, el foxtrot del dueto cómico se aprovechaba para un baile al estilo Broadway, aquí también se explota esta insinuación danzístíca que brinda la partitura. Se le encomienda a Chevi Muraday, el cual, inteligentemente, no se limita a reproducir un foxtrot o una farruca, sino a partir de ciertos trazos de esos ritmos, introduce otros movimientos de danza contemporánea, disciplina que el domina. Esta aportación proporciona novedad y vitalidad al baile, que se aparta de lo trillado. Cabe valorar la destreza de todos – en las bailarinas se supone – pero es un alarde en los dos cantantes Enrique R. Del Portal y Aurora Frías (aunque Aurora es diplomada en danza) y sobre todo la integración perfecta en todos. Alabanzas para Chevi por su creación y para el conjunto. Siguiendo con esto del baile, punto y aparte es que éste entra un poco como con calzador. A lo mejor es malicia mía, por conocer de antemano la obra, pero convendría integrarlas de un modo más fluido. Es cierto que, ya, desde el comienzo de la obra nos familiarizamos con unas muchachas, vecinas del barrio, suponemos, pero sin una identidad muy definida. Sería necesario buscarles algún tipo de personaje y evitar su entrada en grupo, que denuncia demasiado la preparación para su posterior intervención. Como es lógico en un espectáculo al aire libre, todo va a través de la electrónica, los consabidos micros que inventaron los americanos en sus comedias musicales. Ello tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La ventaja es que la audición nos llega muy bien y, probablemente, eso, en las partes habladas, permite mayor naturalidad y credibilidad al no tener que esforzarse en proyectar la voz. En la parte musical, no cabe preguntarse si el cantante tiene potencia o no. Se tiene en todo momento, siempre que el técnico de sonido suba a tiempo el “bus” de su regleta. Lo mismo sucede con la orquesta. El inconveniente es, sobre todo en la parte cantada y orquestal, que pierde matices. De este fenómeno se da uno cuenta cuando asiste a una representación operística o de zarzuela en teatros como el Real. Las voces y la orquesta encuentran la pureza de sus sonidos. Una de las virtudes de todos los solistas es que se entiende, perfectamente, el texto cantado, algo no frecuente en el mundo de la lírica. Amanda Serna es soprano de voz nítida. Sabe dar expresividad a la parte cantada y supera la mera técnica vocal. Yo la había oído cantar en La Eterna Canción, también de Sorozábal, y creo que ha dado un salto notable desde entonces. Ha unido técnica vocal, segura en sus agudos, y expresión dramática. Construye una Ascensión verosímil, alejada de los trasnochados clichés castizos y con un toque de humor. Antonio Torres – Joaquín – impacta por su chorro de voz, que la electrónica potencia. Su voz de barítono está bien controlada. En su interpretación, se palpa una experiencia o lo que antes se llamaba “tener tablas”. Sorozábal ha trabajado al galán en la tesitura de barítono, que por lo regular, en la lírica, se dedica a los personajes mayores (padres) o malvados. Funciona muy bien. Si Sorozábal ha partido de La Revoltosa, como inspiración en la frase “la del manojo de Rosas”, en done el Felipe también es un barítono, es posible que quira ser un homenaje a dicho personaje. Francisco Javier Sánchez encarna a Ricardo, de tesitura tenor. El personaje campea entre la pedantería y la comicidad. Francisco despliega seguridad interpretativa y vocal y proporciona a su personaje la nota de humor y ridiculez que requiere.. Hace unos años le oí interpretar la romanza “No puede ser, esa mujer es buena” de La Tabernera del Puerto. Se trataba, creo, de un concurso. Al final, se permitió el virtuosismo de alargar el agudo en modo inconmesurable y casi efectista. Impactaba ese final, aunque el desarrollo anterior de la romanza poseía algo de frialdad. En esta interpretación, de corte distinto, nuestra una mayor madurez vocal y, sobre todo, una gran distensión interpretativa. De Enrique R. del Portal hay que decir que una vez más muestra su veteranía, no de edad, sino de múltiple experiencia. Con él, siempre nos sentimos seguros y hasta el momento no nos ha defraudado. Tampoco aquí. A Aurora Frías, no la conocía. Es Clarita, la pizpireta manicura. Derrocha simpatía y naturalidad, así como una voz clara, precisa y segura. A todo esto une su destreza como bailarina. A lo mejor digo una “inconveniencia”, pero, aunque no conocí a Enriqueta Serrano en escena, por referencias se me ha creado una imagen de simpática actriz y cantante solvente. Creo que el propio Sorozábal no pondría muchos reparos en la interpretación de esta tesitura que había compuesto para Enriqueta, su mujer. José Luis Gago, en su papel de Espasa, aporta una comicidad que el público celebra con satisfacción. Resumiendo: una velada agradable, con unos intérpretes y orquesta solventes, y un texto que no ha perdido frescura. Volviendo a verla otra vez, y, aunque suene a tópico, La del manojo de Rosas podría haber sido una prolongación del género lírico español y esa parecía ser la ilusión y creencia de Sorozábal. No obstante, y a pesar de sus posteriores creaciones en la década de los años 40 y 50, la zarzuela comenzaba a ser un género de repertorio y como tal ha quedado. La labor es recuperarla con ojos nuevos, una vez superados muchos “sanbenitos”.
|