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UN TRANVÍA LLAMADO DESEO CRIATURAS A LA DERIVA |
El rigor habitual de Mario Gas y un elenco solvente |
UN TRANVÍA LLAMADO DESEO CRIATURAS A LA DERIVA
Tal vez sean necesarias algunas consideraciones previas. Una, que Un tranvía llamado deseo es, por su estructura, una pieza muy cinematográfica. Dos, que ya lo era antes de que Elia Kazan, después de haberla dirigido en Broadway, la llevara a la pantalla y la convirtiera, gracias a su talento y al de sus intérpretes, en obra maestra del séptimo arte. No es de extrañar que, desde entonces, cualquier nueva puesta en escena de la obra tenga que luchar con el recuerdo de su versión fílmica. Éste surge de inmediato y la amenaza de las comparaciones, tan odiosas casi siempre, es inevitable. Incluso a veces, las provocan involuntariamente quienes tratan de esquivarlas. Así sucede cuando los principales actores del reparto se apresuran a declarar que su visión de los personajes nada tiene que ver con la ofrecida por Marlon Brando, Vivien Leigh y demás intérpretes de Quizás el lector de esta reseña piense que su autor no está predicando con el ejemplo, pues lejos de ceñirse al espectáculo representado en el teatro Español, y nada más que a él, ha caído en la tentación de sacar a relucir esos indeseables paralelismos, contraviniendo sus propios consejos. Pero si lo hace, no es por su gusto, sino porque tiene el convencimiento de que cierta decepción percibida en la acogida del público es provocada por la evocación de la versión cinematográfica. Lo cual no significa que en ella también haya influido el hecho de que no estemos ante uno de esos trabajos redondos a los que Mario Gas nos tiene acostumbrados. Aparentemente, no hay razones objetivas que lo expliquen. Gas ha trabajado con el rigor habitual y ha contado con un elenco solvente, del que forman parte actores que conoce bien y con los que suele contar a menudo. También ha dispuesto de una versión cuidada y ajustada al original firmada por José Luis Miranda. En cuanto a la lectura que ha hecho del texto, no ha cometido el error de interpretarlo como un drama social que retrata el declive de una clase antaño rica o las miserias de esos barrios surgidos en torno a las grandes ciudades para albergar a los inmigrantes. Ni como un enfrentamiento entre los depositarios de las esencias de la joven nación norteamericana, en este caso representada por la decadente aristocracia sureña, y los recién llegados en busca de oportunidades. Los personajes creados por Tennessee Williams pertenecen a esos ambientes, y sus conductas no son ajenas a lo que sucede en ellos, pero, por encima de todo, son seres enfermos que nadan contra corriente y tratan de mantenerse a flote agarrándose a todos los clavos ardiendo que tienen a su alcance. La bebida es uno de ellos. Y la mentira, otro. Son seres débiles, aunque se empeñen en no aparentarlo, y de psicología complicada, a varios de los cuales Williams dotó de una soterrada ternura que, cuando aflora, conmueve. No es el caso de Stanley, al que privó de esa cualidad. Nos presentó al emigrante polaco como un tipo primitivo y bronco, con más músculo que cabeza. De ideas fijas, las repite machaconamente. La inesperada irrupción de Blanche en su vida provoca que su natural violencia se desborde. La presencia de esa mujer que viene de un mundo cuyo sofisticado ambiente le es desconocido, le exacerba. Kazan debió considerar que no era bueno que el personaje fuera tan de una pieza y le humanizó. Consiguió que unas pocas lágrimas derramadas por Brando despertaran alguna simpatía del respetable. Marío Gas, fiel al contenido y espíritu del texto, no ha caído en esa debilidad. Su Stanley impone su ley, no se compadece de las víctimas de su irracional conducta y se hace antipático. Roberto Álamo es el que paga los platos rotos. Su interpretación se nos antoja plana, sin que lo sea. Ese es, tal vez, el problema de este trabajo. Obviamente, no reprocharemos ni al actor ni al director su respeto al original. En cuanto a los demás intérpretes, nos atrapa Vicky Peña en el papel de Blanche. La edad de la actriz supera con creces los treinta años que tiene el personaje, pero no nos importa demasiado. Su imagen responde a la de la atractiva mujer de delicada belleza y aspecto elegante que muestra su asombro e incredulidad al llegar ante la casa humilde en la que habita su hermana Stela. Dueña del escenario, la acompañamos sin pestañear, atrapados por su estudiada afectación, primero, y, luego, asombrados por su cinismo, en el vía crucis que recorre hasta desembocar en un manicomio. En el trayecto, algunas excelentes escenas, entre las que destaca el encuentro con Mitch, interpretado por un excelente Álex Casanovas, en el que él pone fin a una relación apenas iniciada en la cual ambos habían depositado grandes esperanzas. Tampoco defrauda Ariadna Gil en el papel de
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