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TÍO VANIA VIDAS PERDIDAS |
TÍO VANIA VIDAS PERDIDAS
Por lo general, a la hora de materializar sobre el escenario la descripción que el autor hace del lugar en el que transcurre la acción de Tío Vania, se tiende a la grandeza escenográfica. Las estancias de la propiedad de los Serebriakov suelen parecerse más a las de una lujosa residencia de verano aristocrática que a las propias de una acomodada casa rural rodeada de tierras de labranza. Nada que ver con la casa de los Ranévskaia de El jardín de los cerezos o la de los Sorín de La gaviota y, sin embargo, directores y escenógrafos se empeñan en que se parezca a ellas. De estas desmesuras se han salvado, en España, las puestas en escena ofrecidas en salas alternativas por Ángel Gutiérrez, Juan Pastor e Irina Kourbeskaya, quiénes, a falta de otros recursos, o despreciándolos, lo fían todo a su talento y al de los actores. La primera virtud de la que nos ocupa es que Santiago Sánchez, alma de L’om-imprebís , y el escenógrafo Dino Ibáñez han huido, como los citados creadores, de toda pompa y alarde por innecesarios y fuera de lugar. Han resumido en un solo espacio rectangular que ocupa el centro del escenario todos los que acogen la acción y en él ha dispuesto el mobiliario imprescindible: un par de mesas y algunas sillas. No hay paredes ni puertas. Tal solo, de fondo, un bosque de abedules pintados. Por ese espacio diáfano transitan los personajes con aparente libertad de movimiento, aunque pronto se adivine que sus idas y venidas vienen determinadas por prejuicios, rutinas y esos miedos que llevan a optar por el pasado conocido, aunque poco feliz, antes que aventurarse a futuro prometedor, pero incierto. Desconfían de él y se resignan. Son individuos incapaces de salir del círculo vicioso en el que se han instalado. Por eso creo que la etiqueta que Chejov puso a la obra, que la presenta como una sucesión de escenas de la vida en el campo, es equívoca, porque no son bucólicas ni amables, sino desasosegantes. Lo que contemplamos es el drama de unos seres refugiados en una falsa melancolía que aceptan con más o menos resignación su derrota. Se comportan como náufragos a la deriva que no encuentran la tabla de salvación que les rescate. Alguno la tiene al alcance de la mano y la deja pasar. Otros, después de mucho bregar por aferrarse a ella, están exhaustos y pierden su oportunidad. Tampoco son capaces de ayudarse mutuamente, aunque algunos lo intenten. La cobardía y la mediocridad presiden sus actos y acaban imponiéndose. Todos, al cabo, acaban regresando al punto de partida, suponiendo que en algún momento se hayan alejado de él. Todas estas cuestiones quedan recogidas en la lectura que Santiago Sánchez ha hecho de la obra, fielmente interpretada por los actores que la representan, vinculados a la ya dilatada historía de L’Om-imprebís, los cuales realizan un trabajo minucioso en el que los personajes quedan fielmente retratados. Vicente Cuesta es el mediocre y calculador profesor Serebriakov, que, en aras de asegurar sus intereses económicos, se muestra insensible a la situación en la que pretende dejar a los que, con su trabajo, se han sacrificado por él, incluida su propia hija. Rosana Pastor
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