EL ÉXTASIS DE LOS INSACIABLES
No se me ocurriría hablar del desenlace de El éxtasis de los insaciables si no supiera que he asistido a una de las últimas representaciones. Es un final insólito. Llega cuando el último de los espectadores ha abandonado la sala. Los actores, aparentemente ajenos al goteo de deserciones, permanece en el escenario sin recibir el premio de los aplausos. Uno piensa que las primeras se producen porque el espectáculo no gusta y que, si han tardado en producirse es debido a que siempre resulta violento salir en plena función. Las siguientes discurren con más celeridad, son más ruidosas y, algunas, hasta desafiantes. Al cabo, llegué a la conclusión de que lo que estaba sucediendo respondía al propósito deliberado de expulsar al público del teatro. Allana la tarea el hecho de que la última escena consiste en una larga, silenciosa y, para muchos, tediosa cena que celebran los cuatro personajes que participan en la obra. Adivinado el juego y siendo ya el único espectador en la sala, sentí curiosidad por saber cuál sería el desenlace si decidía permanecer en mi butaca. Cedí al cabo, no sin reclamar, antes de hacer mutis, ser invitado al postre. Luego, ya en la calle, pensé que habían hecho bien en darme la callada por respuesta, pues capaces hubieran sido de añadirle alguna pócima venenosa. Algo posible si tenemos en cuenta lo sucedido antes del ágape. Cuatro personajes que, por su maquillaje y vestuario, parecen escapados de un lienzo del arte degenerado alemán comparecen en un escenario casi desnudo presidido por una lujosa araña y un mobiliario que remiten a una casa aristocrática. Dos habitan en ella: una elegante y envarada dama (Socorro Anadón) y su hijo (Raúl Chacón), último eslabón de una sociedad putrefacta en trance de extinción. El tercero, es una joven mujer de burdel (Eeva Karolina) que sobrevuela la estancia encaramada a un columpio, del que descenderá, reclamada por el hijo, para ser presentada como su novia. Completa el grupo un fornido individuo negro (Malcolm Sitté) de noble porte, parco en palabras, pero omnipresente, que también mantiene relaciones con la prostituta. Son los representantes de un mundo decadente descrito con un lenguaje visceral y transgresor por el polaco Stanisław Ignacy Witkiewicz en el primer tercio del siglo pasado. Enfrentado a las corrientes artísticas y literarias en boga, concibió una estética propia alejada de cualquier forma de realismo para construir un discurso demoledor, que alguna huella dejó en futuros creadores, entre ellos Tadeusz Kantor. Witkiewicz se erigió en profeta de la degradación del género humano. Sus textos son la base del que Mikolaj Bielski ha elaborado para recordarnos que aquella amenaza no fue abortada y se mantiene vigente en un tiempo convulso como el que vivimos. Un largo parlamento destilado por la mente extraviada del hijo es el preludio de un torbellino de relaciones enconadas entre quienes llevan la misma sangre, de conductas perversas, de vilezas y de pasiones desenfrenadas. Los intérpretes acometen esa fase del espectáculo con cierto aire de excéntricos figurantes de la ceremonia crepuscular a la que hemos sido convocados. Se diría que un invisible Artaud se mueve entre ellos dándoles consejos sobre cuál debe ser su comportamiento. Pronto percibimos que son como bombas humanas a punto de estallar. El detonador es la música electrónica que, tocada en directo desde un lateral del escenario por el grupo ErRor Humano, les ha venido acompañando desde el principio. Crecen los decibelios y el discurso, que ya empezaba a ser ininteligible, salta hecho añicos. Sumidos en una oscuridad, que podría ser la que algún día acabe envolviéndonos, nos llegan sus voces rotas y desesperadas. Son gritos para una imposible sinfonía. Cuando el escenario se ilumina, los actores o los personajes que encarnan, relajados y silenciosos, dan cuenta de la cena a la que he aludido al principio. Uno alberga la duda de si esa calma chicha es aparente o solo la quietud que precede a una gran tormenta. Al final, ni lo uno ni lo otro, sino la original forma de anunciar que la representación ha llegado a su fin.
Título: El éxtasis de los insaciables
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