![]() |
BEAUMARCHAIS BEAUMARCHAIS Y GUITRY: VIDAS PARALELAS |
Un reto tentador con mucha carne para un actor |
BEAUMARCHAIS BEAUMARCHAIS Y GUITRY: VIDAS PARALELAS
Ignoro por qué razón el teatro de Sacha Guitry apenas ha sido representado en España y, sin embargo, estamos ante el creador más prolífico, popular y que más éxitos cosechó en los escenarios galos durante la primera mitad del pasado siglo. Lo hizo en su triple condición de autor, director de escena y actor. En sus casi ciento cincuenta obras, pocos asuntos quedaron fuera de su curiosidad, pero sobre todos destacaron las comedias de bulevar, en las que era un consumado maestro, y las de carácter biográfico protagonizadas por grandes artistas y hombres de ciencia. Al este último grupo pertenece Beaumarchais, escrita al final de su carrera, pero hay algunos aspectos que la distinguen del resto. El primero, que, por su complejidad escenográfica y número de personajes, su puesta en escena escapaba a las posibilidades de una compañía privada. De ahí que no lograra verla representada. En segundo lugar, no estamos ante una biografía más, sino ante lo que podemos considerar su testamento teatral. El personaje que retrata y da título a la pieza es, en efecto, el autor de El barbero de Sevilla y de Las bodas de Fígaro, y cuanto de él cuenta pertenece a la azarosa vida de ese personaje en el que se resume la Francia del siglo XVIII. Lo que sucede es que Guitry se reconocía en él y, al reivindicar su figura, hacia lo propio con la suya. Sacha Guitry encontraba cierto paralelismo entre su vida y la de Beaumarchais. Se consideraba un renovador del teatro y, en cierto modo lo fue, pues insufló nuevos aires en la agotada comedia del XIX, aunque en el tramo final de su carrera, su obra se viera eclipsada por la de los creadores que, con otras estéticas y contenidos, se instalaron en los escenarios franceses tras la Segunda Guerra Mundial. Pero, sobre todo, se consideraba víctima de quienes no le habían perdonado que, durante la ocupación alemana, hubiera permanecido en París trabajando con normalidad. Acusado de colaboracionista, fue encarcelado. Es cierto que pasó poco tiempo entre rejas, pues poco después fue rehabilitado. Años atrás, se le vetó el acceso a la Academia por su negativa a renunciar a su condición de actor. Todos esos sinsabores aparecen reflejados en la última escena de la comedia, en la que, en un fantasmal juicio póstumo, se escenifica el rechazo al escritor dieciochesco, Molière acude en su auxilio y, tras rescatarle del acoso de sus detractores, le hace justicia tendiéndole la mano. No hace falta mucha imaginación para interpretar que el gesto del padre del teatro francés va dirigido, además de a Beaumarchais, a quien le evoca con ánimo de representarle en el escenario, es decir, a Guitry, aunque sea José María Flotats quien, por la obligada ausencia de éste, asuma el papel. No en vano, en la escena inicial, típico ejemplo de teatro dentro del teatro, Flotats se presenta haciendo de Guitry, quién, a su vez, hace de Beaumarchais, creando, de ese modo, un hilo que une a los tres dramaturgos. Ser Guitry y Beaumarchais a un tiempo es un reto tentador para un actor que gusta de interpretar personajes con mucha carne. Es, pues, normal que Flotats los haya incorporado, fundidos en uno sólo, a su ya extensa galería de seres con enjundia portadores de discursos elevados y atractivos. Se siente cómodo dentro del ropaje dieciochesco y su interpretación de un ser que compatibiliza la libertad sin límites y el compromiso activo con las causas en las que cree, es una gozada. A salvo de las exigencias de un director de escena distinto a él, obedece a su propio dictado y al de su talento, lo que le permite levantar, como acostumbra, un monumento a la ironía. Nada nuevo para quiénes siguen su trayectoria artística. Una vez más, no defrauda. Para poner en pie este espectáculo, no se ha reparado en medios. Siendo importantes los materiales, al crítico le interesan más los humanos, pues lo que al final cuenta es el resultado alcanzado. Para esta tarea han sido convocados grandes creadores de la escena europea. Ezio Figerio ha diseñado la escenografía, en la que los elementos corpóreos han sido sustituidos, como empieza a ser frecuente, por decorados virtuales, cuyos cambios se producen como si se tratara de las ilustraciones de un gran libro cuyas páginas vamos pasando lentamente. Massimo Listri, autor de las fotografías que sirven de fondo a la acción, ofrece una exquisita selección de los grandes y lujosos salones que albergaban los palacios y mansiones de la época. Del vestuario, bellísimo, se ha ocupado Franca Squarciapino, esposa y colaboradora de Figerio. En cuanto a la traducción del texto, el encargo ha recaído en Mauro Armiño, cuya autoridad en este tipo de trabajos está suficientemente acreditada. Siendo una obra concebida para el lucimiento de un gran divo, el autor dejó abiertas las puertas para que otros actores pudieran mostrar su talento en sus más breves papeles. En consonancia con ello, Flotats se ha rodeado de una treintena de excelentes actores que dan vida a cerca de setenta personajes. La elección, cuidadosa, ha sido acertada. A María Adánez y Carmen Conesa les viene como anillo al dedo sus desenfadados personajes. Ramón Barea y Constantino Romero, Luis XV y Benjamín Franklin, respectivamente, están brillantes en los vivos e ingeniosos diálogos que mantienen con el personaje de Flotats. Hay que destacar también a Pedro Casablanc en el papel de Gudin de Brenellerie, el biógrafo y amigo del protagonista, así como la excelente interpretación que Raúl Arévalo hace del sexualmente ambiguo y escurridizo caballero d’Eon.
|