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BORIS GODUNOV
EL HAMBRIENTO SIGLO XXI VIENE DE LEJOS
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BORIS GODUNOV
EL HAMBRIENTO SIGLO XXI VIENE DE LEJOS
Con los tiempos que corren a nivel nacional e internacional Boris Godunov parece encajar más de la cuenta, en lo que respecta a la historia que Músorgski nos cuenta. Posiblemente en otra época la leeríamos como una historia del pasado que la actualidad ha superado. Hoy cobra otros visos y parece que Johan Simons, su director de escena, así lo ha concebido.
Boris Godunov, en síntesis, es el análisis, de la ambición de poder que no tiene escrúpulos para asesinar y su consecuente sentido de culpa, como si de un Macbeth shakespiriano se tratara. A ello hay que añadir la pobreza y hambre del pueblo, que, ilusamente, cree encontrar su salvación en el falso Dimitri, sin percatarse que también ha conseguido el poder por medios oscuros, aunque distintos de los de Boris. Se vale de la mentira para escalar el poder. La confianza se basa en que Dimitri es un hombre del pueblo que ha escalado dicha cumbre. Piensan que al ser uno de ellos será más honesto. Por desgracia, este esquema se ha ido repitiendo a lo largo de la historia, sin discriminación de países. En los tiempos que nos ha tocado vivir, el hambre del pueblo clama como clamaba en la Rusia zarista y se han descubierto las artimañas del poder político y económico.
Hay un nivel más, la manipulación de la propia Iglesia que intenta catequizar y ayudar al falso Dimitri, para que derroque a Boris. Tal situación viene personificada en el jesuita polaco Rangoni, cuya pretensión es que suba al poder Dimitri, para así hacerse con la Iglesia Ortodoxa y que ésta se doblegue a la autoridad papal.
En el final de la ópera ese pueblo hambriento y contestatario sigue esperanzador al falso Dimitri. El Idiota, personaje enigmático y profético, es el único que barrunta la negra tormenta del futuro: "¡Ay, ay de Rusia! / ¿Llora, llora, pueblo ruso, / pueblo hambriento!"
La ópera termina aquí, pero la historia nos reveló que el falso Dimitri es asesinado un año más tarde, y sube al trono el príncipe Chuiski, que desde la época de Boris ya lo pretendía.
La actualidad que puede tener esta historia, la potencia Johan Simons, al trasladarla, mediante el espacio escénico y el vestuario, a una época más actual, aunque un tanto indefinida. Boris Godunov se ha transformado en un dictador de nuestra época, de traje y corbata. También todo su entorno, arquitectura y ciudadanos, aterrizan en la misma época. Se entiende ahora cómo se ha podido encontrar un vestuario a bajo precio en tiendas de aquí y allá, como nos ha desvelado Gerard Mortier, paliando de este modo el raspante presupuesto de esta temporada. Los excesos de lujo, en el vestir, se han reservado para las dos únicas vestiduras litúrgicas de Boris y el Arzobispo en la escena de la coronación. La pompa de tal ceremonia, uno de los fragmentos visuales impactantes de otras versiones, aquí queda reducida a la mínima expresión. Tal tratamiento puede resultar frustrante para parte del público, pero está en consonancia con la estética de Johan Simons, que bebe del llamado arte pobre y del distanciamiento Brechtiano.
La escenografía representa una gran mole de edifico de estilo constructivista, en cierto estado de dejadez o de ruina. Manteniendo este lugar común, el resto de los escenarios opera con fragmentos de pequeños decorados – del suelo surge un pasillo "aventanado" – que localizan las diversas acciones. Tales ambientes producen una sensación de cierta opresión, que cobran colorido con los gigantescos cortinajes para la habitación de Marina Mnishek en Sandomir. El contraste de ambos ambientes es notable y plasman bien las dos culturas. También resultan más aireados, debido a la iluminación, las estancias del palacio, situadas en la pasarela que sube desde el suelo. El espacio escénico queda acorde con el ambiente y resulta evocador.
Este "brechtianismo" escenográfico se amplía con la traslación, descaradamente, de muebles y demás elementos por los propios tramoyistas a la vista del público, mientras la acción transcurre, o la espera de los actores, en escena, para intervenir en su momento oportuno. Tales elementos distanciadores se utilizan con acierto, en modo que no distraen de la acción.
Esta puesta en escena, que a los amantes de grandioso espectáculo puede defraudar, nos acerca más el conflicto a nuestra época y no es simplemente un afán de modernidad por modernidad.
Otro de los valores de este espacio escénico es el utilizarlo en toda su dimensión alto y ancho. Los pisos superiores del edificio también son utilizados. El pueblo desde los balcones parecen ser los ojos vigilantes de la colectividad.
A nivel interpretativo, los cantantes hacen creíbles sus personajes, más allá de la partitura. Hay emoción y pasión en ellos. Cabe destacar, en este sentido, la interpretación del monólogo final del bajo Günther Groissböck (Boris Godunov) que despliega un gran sentido de la teatralidad. Se podría decir que asistimos a una representación shakesperiana, dimensión que se encuentra, ya, en el texto de Musorgski y que su música enaltece llevándola a las cotas de gran tragedia. Junto a estas escenas grandielocuentes, interfieren otras más a pie de tierra, casi de amable comedia, como son las familiares.
La partitura que sigue esta versión – ya se ha dicho en muchos medios informativos – (CLIKEAR) es una refundición de la primera versión de 1869 – la escena de la Catedral de San Basilio – y la segunda versión de 1872. En cuanto a la orquestación, el director musical Hartmut Haenchen, ha preferido la original de Musorgski, frente a otras.(CLIKEAR).
Lo primero que impacta son los coros – el clamor revolucionario y suplicante del pueblo – que el Coro Intermezzo del Teatro Real, interpreta en modo magistral, tanto a nivel "canoro" como dramáticamente. Por parte de la puesta en escena una de las virtudes de Johan Simons es el saber moverlo y hacerlo entrar o salir de escena en modo fluido, lo cual no es fácil. El vestuario gris y monótono refleja bien el espíritu de ese pueblo acobardado y revolucionario.
En el plano de la orquesta, ésta se muestra a gran nivel bajo la apasionada batuta de Harmut Haenchen.
En cuanto al reparto de los cantantes, todos ellos mantienen un nivel aceptable. Boris Godunov parece una ópera compuesta para voces masculinas, y esto se nota en su mayor relevancia e intervención, quedando como en segundo plano las voces femeninas. Abundantes los amplios monólogos, éstos son un desafío para sus intérpretes, que los resuelven bien. A destacar Günther Groissböck (Boris Godunov), no solamente a nivel interpretativo, como he apuntado antes, sino por su sentido de musicalidad. Estamos acostumbrados en el Boris Godunov a una tesitura de bajo más profunda que la de Günther. Con él nos enfrentamos a un registro más agudo, que le proporciona al personaje un cierto sentido más humano y próximo, y le quita ampulosidad. No es el malo de la película.
Otro a destacar es el bajo ruso Dmitry Ulyanov (Pimem), que lo pudimos ver en el Real en Los Hugonotes de Meyerbeer y en Iolanta de Tchaikowski (CLIKEAR). Igualmente resulta destacable el tenor Michael König (Grigori, el falso Dimitri), que ya nos es familiar en el Real, por su Rise and Fall of the City of Mahagonny de Weill (CLIKEAR), Saint François d’Assise de Messiaen (CLIKEAR) y Lady Macbeth de Mtsensk de Shostakovich (CLIKEAR).
Quien resulta una revelación es el joven tenor ruso Andrey Popov, en el personaje de El Idiota. Tal papel es muy corto en su intervención. Se trata de un personaje tierno y el único que ha entendido la desgracia que pesa sobre el alma rusa. Esto ya capta la benevolencia, pero también seduce por la voz de Andrey Popov, que muestra una gran delicadeza y expresividad. Con él se constata aquel dicho de que nos hay papeles mejores o peores.
No se puede olvidar la intervención de los Pequeños Cantores de la Jorcam, que, como en otras ocasiones, resultan eficaces y con gran soltura a nivel escénico.
Boris Godunov, al volverla a ver, se percibe el valor de su libreto lleno de humanidad, y en el que no hay ningún maniqueísmo de buenos y malos así como su música deslumbrante en la parte coral.
En el día del estreno hubo palmas y pitos. Estos últimos sonaron con la presencia de Johan Simons en el saludo final. Cuando yo asistí el domingo 30 de septiembre, los pitos no sonaron y las palmas y bravos fueron los protagonistas. De todos modos, tal división de opiniones es posible en una versión como ésta, si uno prefiere la ambientación histórica de otros montajes más apabullantes.
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