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CLÁSICOS DE LA DANZA ESPAÑOLA RECUERDO DE MOMENTOS SUBLIMES |
CLÁSICOS DE LA DANZA ESPAÑOLA
En el proyecto que Antonio Najarro – actual director del Ballet Nacional de España -, proponía, era recuperar parte del repertorio de la Compañía. Lo ha cumplido con este programa que ha titulado Clásicos de la Danza Española y ha estructurado en dos partes: una primera con diversas danzas que muestran el abanico de la danza española, y una segunda parte dedicada a lo que es el ballet argumental. La característica común que une ambas partes es el recurrir a coreografías emblemáticas, que, en su tiempo, marcaron líneas nuevas o recuperaban la antigua danza como era la de la escuela bolera.
Tras toda la evolución y experimentos – unos fallidos y otros no – de la danza española y el flamenco de estos últimos años, al enfrentarnos con aquellas coreografías se experimenta una sensación un tanto extraña: por un lado se palpa las excelencias de aquellos creadores, y por otra uno se siente distanciado. Personalmente yo asistí a sus estrenos o reestrenos. Eran momentos fascinantes. Ahora es como contemplarlos tras el cristal de un escaparate. Los reflejos del vidrio interpuesto nos las aleja.
Dicho esto y poniéndonos en situación, hay que reconocer el valor de cada una de las coreografías, su labor interpretativa y la variedad ofrecida que nos recuerda lo que fue y es la danza española.
Se ha recuperado de la Escuela Bolera el Paso a Cuatro de Antonio Ruiz Soler (Antonio, por antonomasia). En su momento causó sensación, porque se trataba de recuperar la danza del siglo XIX, cuyas zapatillas en las bailarinas apuntan al ballet clásico. Es una coreografía basada en la elegancia y en el virtuosismo, que supone una gran técnica. La ejecución por parte de las bailarinas de hoy, no desmerece, y ofrecen un conjunto de buena sincronía en los movimientos así como la elegancia en el cuerpo.
Como contraste a la sutileza de la escuela bolera, se pasa a la Farruca, coreografiada por Juan Quintero. Es una pieza para tres bailaores. Habitualmente la Farruca, tiende a interpretarse por un solista, pues supone una pureza de líneas en el cuerpo y un zapateado "filigranesco". El desafío de Juan Quintero es llevarlo a tres bailaores, los cuales, además de lo expuesto, tienen que funcionar como uno solo, lo que significa que obliga a una perfecta sincronía. Lo consiguen y desbocan al público con los aplausos.
Carmen Cubillo acude con Viva Navarra. Se trata de una coreografía de Victoria Eugenia, que adaptó para un solo, puesto que ella la bailó en comandita con "Antonio". Lo más llamativo de esta pieza es la elegante filigrana de los pies, estilizando el paso folklórico. En esto, Carmen Cubillo muestra una gran habilidad. Todo el baile es de una elegancia suma, moderado en sus saltos y en su brío.
La traca final de la primera parte es la Jota de la Dolores que Pilar Azorín reconstruye inspirada en la coreografía – 1983 – de su padre Pedro Azorín. Esta pieza siempre es muy socorrida y Tamayo no la olvidó, con otras versiones similares, en su famosa Antología de la Zarzuela, también como traca final. La música de Tomás Bretón es encendida, y el propio baile original folklórico de la jota lo es también. Lo que Pedro Azorín aportó, y ha recuperado su hija, es el continuo fluir de movimientos grupales que a la impetuosidad, propia de la jota, le aporta una juego de líneas corales que se hacen y deshacen con fluidez, rapidez y ritmo. La escena se llena de alegría y ansias de vivir. En esta versión se mantiene la suficiente brillantez y buena interpretación coral, que lleva al público a un fervoroso aplauso. A "capella" José Luis Urben es el "cantaor" que trae el aroma vocal de la región y desata la espontaneidad de un ¡Ala Maño!
La segunda parte la ocupa el ballet argumental Medea, que, cuando se estrenó, fue un insólito acierto de José Granero. Yo vi la versión de Manuela Vargas y la posterior de Merche Esmeralda. Tanto una versión como otra mantenían el hechizo y fascinación de esa conjunción de ballet flamenco y ballet argumental, cuyo contenido se adecuaba perfectamente a la tragedia de Séneca. Tras todos estos años sigue manteniendo la frescura e interés de su estreno. Algo que me ha sorprendido, es que la música de Manolo Sanlúcar resulta fascinante. Posiblemente el paso de los años la ha transformado en un clásico.
Con respecto a los bailarines/ores, una inmensa mayoría de nueva hornada, se puede decir que el Ballet Nacional cuenta con un buen elenco de solistas y cuerpo de baile. Está en un momento floreciente. El mayor desafío que tiene este ballet, es cuando se topa con la creación de ballets argumentales. No resulta fácil, pues el vocabulario flamenco o de danza española no es proclive a ciertos argumentos. Hay que agudizar mucho el ingenio. Entre los coreógrafos posteriores a Antonio Ruiz Soler, Antonio Gades lo consiguió, prácticamente, en todas sus creaciones. Después surgieron destellos que fascinaban en un irregular conjunto.
Ha sido una buena velada y que, por las muestras fervorosas de aplausos y bravos, no ha decepcionado al público. Es más, le ha entusiasmado. De todos modos, no tengo tan claro que cuando haya recuperación del repertorio, el programa tenga que ser monográfico. ¿No sería mejor ofrecer una parte de repertorio, y otra con las nuevas andaduras de la danza y el flamenco?
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