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CON DERECHO A FANTASMA (QUESTI FANTASMI!) ENVARADO Y FALTO RITMO |
La sociedad napolitana en los años de la postguerra. |
CON DERECHO A FANTASMA ENVARADO Y FALTO RITMO
Vuelve Eduardo de Filippo a los escenarios madrileños. Si el año anterior, el Teatro de la Abadía primero y después el Español mostraron El teatro cómico, ahora el Teatro María Guerrero exhibe Con derecho a fantasma, una coproducción del CDN con el Grec y La perla 29, a la que se suman otras colaboraciones y ayudas (Teatri Uniti, ICIC, ICUB). Con derecho a fantasma se presentó por primera vez en España en el Teatro Infanta Isabel de Madrid el 12 de noviembre de 1958. La versión era de Jaime de Armiñán y sus diferencias con el texto que ahora se muestra son significativas, aunque no es este el momento de analizarlas. Nombres ilustres, como los de Fernando Fernán Gómez – quien firmaba la dirección de escena-, Agustín González, Analía Gadé, Eloísa Muro, Irene Gutiérrez Caba, Maite Blasco, José Balaguer o Manuel Aleixandre, entre otros, figuraban en aquel reparto. En esta ocasión los responsables del espectáculo lo han enmarcado en la tradición de las compañías teatrales itinerantes, de modo que el espectador asiste a los preparativos de la función desde que accede al vestíbulo y, ya en el interior de la sala, contempla la instalación de los decorados o la conclusión de algunos preparativos. Los cambios de acto le son anunciados y las transformaciones pertinentes se producen ante su vista. El juego metateatral se presenta quizás como homenaje a de Filippo, en su condición de hombre de teatro cuya labor reivindica el viejo oficio, o tal vez como ejercicio de extrañamiento que justifique la intención dramática y actualizadora de una historia que cabría mirar desde la lejanía estética y temporal. Lo segundo no se consigue del todo y, a mi entender, el espectáculo resultante se muestra un tanto desconectado de la sociedad a la que se dirige. El texto de Eduardo de Filippo muestra una sociedad, la napolitana, en los años de la postguerra, apremiada por necesidades perentorias, pero deslumbrada también por los brillos de un dinero que seguramente comenzaba a correr por algunas manos. La picaresca y la imaginación son recursos al alcance de quienes carecen de los medios necesarios para sobrevivir o de quienes quieren prosperar como ven hacerlo a otros. Esta tensión origina situaciones de comicidad, pero también pone de manifiesto las miserias y carencias del ser humano. El resultado está próximo a las formas de la tragicomedia grotesca, que de tanta fortuna han gozado también en el teatro español, o a aquel sentimiento de lo contrario de que hablaba Pirandello al tratar del humorismo. Lo divertido y lo fantástico se combinan con lo entrañable y lo doloroso, pero también con lo abyecto o lo sórdido. Y el lenguaje neorrealista se entrevera de rasgos farsescos. Teatro en el que los géneros se contaminan y se entrecruzan, escrito con el seguro pulso de que siempre hace gala de Filippo. Sin embargo, el espectáculo que ahora se nos muestra causa algunas decepciones. La historia se presenta con nitidez y funcionan bien algunos efectos de comicidad. El vestuario, la iluminación, la escenografía y la música son de impecable factura, pero al trabajo actoral le falta ritmo, intensidad, humor, versatilidad. Con alguna excepción, como la de Manel Dueso, la interpretación se muestra envarada, poco dúctil, incapaz de comunicar esa tragedia íntima de los personajes e insuficiente en lo que a las posibilidades humorísticas se refiere. Con derecho a fantasma es una historia agridulce, divertida y terrible a un tiempo, delicada y grotesca, pensada probablemente para unos actores acostumbrados a expresar esta variedad de registros. Los personajes viven sus existencias entre la desesperación, el miedo, el deseo, la frustración y el engaño (o el autoengaño) en un complejo proceso que les lleva a cerrar los ojos a la realidad mientras necesariamente ha de continuar avanzando, porque no les está permitido detenerse ni volver la vista atrás. Y todo eso se nos cuenta de palabra, entendemos lo que les pasa a los personajes, pero no lo transmiten, no lo vemos en sus interpretaciones, como tampoco vemos el contexto social que origina aquellas situaciones. Nos ha sido escamoteado, tal vez por una excesiva preocupación formalista.
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