INSTITUCIONALIZAR LA MARGINACION De históricas carencias se forjaron buena parte de nuestros ingenios creativos: no fuera nacido Lázaro de Tormesen una España de opulencia; tierras menos míseras que las castellanas en modo alguno hubieran consentido la caballerosa enajenación de Don Quijote; sólo cuando Goya se decide a plasmar sus «apariciones» – a ser auténticamente Goya – logra concretar toda la agoníapatria; Esperpento es quizála parábola última de una sociedad en permanente decadencia.
De auténticas o puestas carencias, también, nace y se amplía él,digamos, accidente, Arrabal. Carencias personales: infancia y juventud atormentadas por ausencias paternas. Carencias externas: censura, persecución,huidas y regresos clandestinos. Los verdugos perfilan mártires y las dictaduras rezuman mitos. Ni todos los mártires ni todos los mitos han merecido, con sospechosa frecuencia, el brillo que las circunstancias – ajenas a sus méritos – les concedieron. Arrabal entró en Europa (Continente que soporta cualquier contenido) por el amargo camino del exilio, del intelectual marginado, y nosotros nos quedamos en el prólogo de su creación: aquellas Fando y Lis, El triciclo, breves gotas de una ingenuidad cruel y ciertamente prometedora. Luego sería el «Pánico«, el Surrealismo informal,el absurdo particular, Kafka. El dramaturgo, desde entonces, se plasmó como ausente alegoría revestida de contradicciones, éxitos y despropósitos impíos. Y como algo va aprendiendo – dudo mucho que sea lo mejor – la sociedad española de la europea, no hay razón va, al parecer, para no jugar aquíal cortesano coqueteo de la hipocresía progresista (siempre can mas fondo, claro, de lo primero que de lo segundo.) Si Francia supo conjugar la prohibición momentánea, el escándalo permanente y la chunga mediterránea, España hay no puede ni quiere ser menos. Como la guitarra del mesón de Machado, Arrabal dice pisar terreno de nadie (que por desgracia para todos siempre termina siendo de los mismos) y hoy jota, mañana petenera. Carta al General Franco, manifiesto no menos sangrante a los comunistas españoles, oraciones a contrapelo con los espantados anarquistas y la traca final por el momento: conversaciones privadas con una virgencita empeñada con santa razón en que don Fernando fuera premio Nadal, como ejemplo de creador libertario, místico, rojo azul y conocedor de sublimes verdades cósmicas. Todo ello para que nadie se moleste demasiado ni se ilusione en exceso. Está bien. EL ARQUITECTO Y EL EMPERADOR DE ASIRIA Escrita en 1966, sirve de puente entre la etapa denominada «teatro del yo y el mundo» y la siguiente, la actual, «teatro del yo en el mundo». Mágico trueque de conceptos que puede no significar demasiado, pero que también – de ahí su dulce encanto – podría encerrar casi todo. Hay que decir que Arrabal logra superar etapas, cambiar de «estilos» sin que sus incólumes pilares creativos sufran modificación alguna: sexo, violencia, religión, dictadura, en todas sus variantes y posibles formulaciones. Los dos personajes de El arquitecto... son situados en una isla desierta, que viene a ser el mundo imaginativo del autor, y rápidamente se establece entre ellos la dialéctica opresor-oprimido por medio de un absurdo donde todo es posible en un desorden de pesadilla. Homosexualidad-incesto–masturbación; blasfemia–rito–mito; asesinato–parricidio–antropofagia. El impulso de dominación lleva – conlleva – a todo esto y sobre ello vuelve, se revuelve y se diría que jamás acaba. Arrabal lanza un torrente de pretendidas provocaciones, de insultos a lo instituido, alucinaciones y sentencias profanas que en 1966 pudieron significar el escándalo masivo, pero que al espectador de hoy y de aquí suenan a torpes groserías sin sentido. A partir de ahí, del escepticismo receptivo, el intento del autor se hace estéril, porque lo que Arrabal no logre por el camino del espanto no encontrará otro espacio de interés. El tremendismo – y no sólo en el espectáculo taurino – es elemento sazonador (adjetivo) pero nunca sustitutivo de la verdadera faena artística (sustantiva). El arquitecto... como todo lo que termina siendo meramente coyuntural, se quedó en aquel tiempo (1976) elegido por Marsillach y Prada, y cuya inteligente interpretación fue malograda por el mismo autor al suspender las representaciones por causas que todavía ignoramos. El Grupo CARTECI, procedente de Venezuela y afinado en Mijas como taller permanente de investigación teatral (de lejos les tuvo que llegar la pedagogía a los andaluces), se empeña en una puesta en escena acrítica; es decir, sujeta al texto original. Dentro de un espacio escenográfico suficiente, los dos actores, Miguel Ponce y Federico Castillo, se entregan con fe y discutible técnica a un laberinto agotador que termina mermando sus capacidades creativas. El juego escatológico o simple macabrada, se convierte en un sofocante maratón de gestos ampulosos, transformaciones mediocres, sexo, parricidios, incestos. blasfemias, ritos negros. Varias pueden ser las lecturas de este desmelenamiento pero ninguna de ellas resultaría fluida ni conmovedora. El espectador, distante siempre, «sufre» una representación alucinada, fruto de una mente torturada y lastimosa. La intención del montaje debió ser otra sin duda. Todo queda, en el mejor de los casos, en la añoranza de aquellos estrenos independientes donde los Colegios Mayores se convertían en improvisados Centros Dramáticos, inundados por un público joven e incondicional que ya no existe. La desaparición de aquellas entregadas masas puede que reste éxitos a Arrabal, pero amplía sin duda el horizonte de nuestro teatro. EL REY DE SODOMA Sin alterar – eso nunca – el lenguaje ni renegar de sus desvelos ideológicos, Arrabal se planta aquí en el terreno de la Revista. Nada ortodoxo, se entiende; aires de revista más bien; espectáculo apócrifo salpicado de pasitos de baile y alguna cancioncilla cachondona para aliviar. De nuevo el poder; redondeando traumas, el poder del sexo; rematando fijaciones, el poder de la mujer – la madre. Edipo grave ya sin duda – sobre el hombre. Una mujer compuesta por: chorrito de pantera terrible, algunas gotas de monja y dos o tres rodajas de capitalista, que chulea con aparatoso descaro a unos cuantos prostitutos. Esquemas homosexuales, bisexuales, transexuales, o mejor, todo junto para no perder ninguna posibilidad. Arrabal propone – es posible que sin gran convencimiento – que la nueva religión debe basarse en el uso libertario del sexo; como visualización del estribillo rodea de símbolos fálicos la inocente imagen de una virgen (puede que no sea la suya, la del Nadal. La historia, simple y actualizada (escrita en 1979 con alusiones al presente: Rumasa, etcétera) discurre frívolamente y nos cuenta que el hombre es hoy un simple objeto mercantil y de placer. Romeo,hijo de un agricultor (que aparece en escena como dibujo de Doré) es utilizado, humillado y explotado por Salomé lo que de todo lo malo tiene un poco) y hasta termina aceptando perder su cualidad masculina. De la operación se libra gracias a la aparición de una hermana de la tal Salomé, espejo de virtudes, lado opuesto de la «chula comercianta» y de la que se enamora de inmediato. Parece que el hombre esta salvado, pero no; en el último momento, la relamida dama enseña unos colmillos dignos de Drácula y que son el signo evidente de que el pobre Romeo caerá de nuevo, sin remisión, en las garras del sexo contrario. Como el tono del espectáculo es revisteril, los «números» sueltos permiten todo tipo de lujos entre los que pueden enumerarse una tonadilla dedicada al único testículo de Hitler y la aparición de una monja (descolgada en floreado ascensor que desprende rayos celestiales) empeñada en lograr los varoniles servicios de Romeo para regocijo sexual de su orden. A diferencia de El arquitecto.... el trabajo escénico realizado en este Rey de Sodomamerece atención aparte. La escenografía de Andrea d’Odorico resulta imaginativa, de un atractivo surrealismo donde la luz. los símbolos y el color forman un conjunto agradable y apropiado; los actores se mueven cómodamente. Miguel Narros ha realizado una dirección minuciosa, aprovechando los menores apuntes para lograr un ritmo gratificante y justo. Tanto Jose Luis Pellicena como Yolanda Farr se desdoblan en diferentes tipos, cantan y se esfuerzan con éxito en superar la sinuosidad que el autor concede a los personajes. Acordar, al fin,que el chato texto de Arrabal (sal gorda que se diría) es mimado y elevado hasta ellímite de sus posibilidades, viene a evidenciar que el Centro Dramático Nacional, en sus esfuerzos por mostrar una programación importante, está logrando con toda honestidad lo contrario Título: El arquitecto y el emperador de Asiria
Título: El rey de Sodoma
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