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GISELLE CONVINCENTE Y VEROSÍMIL |
La historia llega bien y se hace más verosímil. |
GISELLE CONVINCENTE Y VEROSÍMIL
Giselle, entre los títulos del Ballet Clásico, es, junto con El lago de los Cisnes, un ballet casi intocable. Las revisiones siempre han sido discretas y procurando que, sobre todo en el segundo acto, el de los conjuntos blancos, se afinase muy mucho su intervención. Uno de los que se atrevió a darle la vuelta fue el sueco Mats Ek, hace ya unos 20 años. Desaparecieron hasta los míticos e intocables conjuntos blancos. Ahora David Campos, con su Compañía Ballet David Campos, compañía residente del Teatro Segarra Santa Coloma de Gramanet, somete a la Giselle clásica a una cirugía estética. Digo cirugía estética, porque no se aleja tanto como la de Mats Ek, pero se distancia prudentemente de la Giselle a la que estamos acostumbrados. El argumento de la Giselle de siempre, en clave romántica, posee dos elementos claves: el engaño del príncipe que lleva a Giselle a la locura y a la muerte, y el resurgir, por las noches, de las llamadas “wilis” – novias muertas antes de casarse – que matan a los hombres, culpables de sus desgracias. Lo vivimos en clave romántica y por lo tanto una tanto dulcificado, pero no deja de ser extraño esa venganza de las mujeres de blanco. Todo ello surge de diversas leyendas. Apoyándose en la tradición argumental balletística, David Campos recurre a otra leyenda que proviene del Pirineo catalán, cuyas protagonistas son las llamadas Mujeres del Agua. Éstas, todas las noches, surgen del fondo de los lagos y pozas, para extender y secar sus ropas. El hombre que consiga arrebatar uno de sus vestidos vivirá para siempre. Quien sea descubierto en el intento, la Mujer del Agua lo llevará al fondo del lago y morirá ahogado. Lo esencial de estas extrañas leyendas son dos aspectos: la traición del hombre a la mujer, y la venganza canibalesca – sublimado en elasedio de las willis – por parte de ella. Trasladado a un tratamiento realístico y extrapolando, los dos aspectos se traducen en violencia de género y venganza. Esta es la línea a la que ha acudido la versión de David Campos, pero manteniendo un cierto romanticismo que le proporciona el estilo de danza neoclásica. El argumento de David, en dos actos, sigue una historia de violación y asesinato de una chica de hoy día, y, en el segundo acto, la tradicional venganza salida del lago. Los escenarios transitan a través de una discoteca, sórdidos callejones, el lago y el cementerio. Para tales espacios se recurre al mundo virtual que le proporciona rapidez de transición y movimiento en la huída de Giselle. El cine también está presente, en el momento de la violación, cuya agresividad realista se tolera al fundirse, por transparencia, con la Giselle real. Hay que alabar el buen uso del mundo audiovisual, que sobresalen en el primer acto con una brillante discoteca. En esta línea de realismo, tamizado con cierto romanticismo, está el vestuario, muy conseguido en el primer acto, por su capacidad evocadora de los tu-tús y de un vestuario realista, al estilo de comedia musical. El segundo acto, el de los conjuntos blancos, ofrecía más riesgo. Su concepción es inteligente, pues mantiene la esencia del original: Son tules blancos, en jirones, que evocan el alga marina y la existencia de otro mundo. Todo este proceso de entrelazar el realismo y la evocación, en general, está bien conseguido, también en la danza que transcurre por el neoclasicismo con toques aquí y allá de apuntes contemporáneos, y por la partitura musical de Adam, que ha sido revisada, acertadamente, en algunos momentos, como es crear el estilo discotequero, sobre la partitura original. En todo el primer acto y la secuencia de la huida y violación, el argumento nos llega perfectamente tanto a través de la danza como de la música, sin concesiones a parones narrativos, propios del virtuosismo romántico. El segundo acto era la piedra de toque. Siempre lo es y de ahí su “intocabilidad” en la versiones clásicas. Las “wilis”, aquí “mujeres del agua”, son seres de instinto canibalesco, que les lleva a deshacerse de sus víctimas. Ello explica un movimiento animalesco cuando salen en escena, mediante posiciones y saltos que recuerdan a voraces arañas o crueles brujas. Tales movimientos amenazantes se combinan con otros sacados de la versión original, que, pienso, quieren ser citas o pinceladas de la Giselle de siempre. Respeta, como también en el primer acto, los pasos a dos y los jetés, pero sin la fuerza o el virtuosismo de su original. No sabría juzgar si a ello le lleva al necesidad de un mayor realismo y evitar lo vacuo, una falta de brillantez de los solistas o la limitación de las dimensiones del escenario que invita a los bailarines a ser prudentes en sus saltos. Sea la razón que sea, una vez que se acude a ese vocabulario clásico, se agradecería mayor brillantez. Para el neófito este segundo acto puede convencer y no andarse con nostalgias. Quien conoce la Giselle clásica, se hace inevitable que no compare esta coreografía con el original, pues la música de Adolphe Adam ha quedado muy ligada a las coreografías de entonces. Era un riesgo, pero se soporta la traslación y se sale suficientemente airoso. Lo que es indudable es que la historia, tal cual está tratada, llega bien al espectador y se hace más verosímil. Los protagonistas han sido modelados según unos esquemas realistas, pero con mucho toque de comedia musical anglosajona. La inocencia e inexperiencia en el amor de la Giselle original, aquí está tratada como una joven que recuerda – tal vez por las gafas y las coletas – el icono de Bea la fea. En aquel culebrón era protagonista la transformación del personaje. Aquí también, pues de la ingenuidad, tras la violación, nace la mujer, cuyo afán vengativo se supera por el amor. Albrecht es un chico de hoy enfundado en pantalones ceñidos y camiseta. En esta versión aparece con menos culpabilidad que en el original. Allí, él es autor de todo el engaño. Aquí no, y su culpabilidad recae en dejar a Giselle sola en el callejón, cuando son atacados. Sin que sea una copia, la adaptación de David Campos me ha recordado la investigación que el bailarín clásico Rasta Thomas hizo en su Rock the Ballet, manteniendo el equilibrio de los pasos clásicos con un espíritu actual, acercando el clásico a las nuevas generaciones. Tal filosofía se esparce por la Giselle de David Campos y con éxito. Una Giselle convincente y verosímil.
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