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LA CELESTINA BRILLANTE MINIATURA EXTRAÍDA DE UN CÓDICE
Joaquín María Nin-Culmell, era hijo Joaquín Nin Castellanos y hermano de la célebre escritora Anaïs Nin, cuya vida, si todo lo que escribe en su diario es cierto, puesto que algunos estudiosos lo ponen en duda, no deja de ser espectacular y controvertida.
Nin-Culmell también reduce su libreto a la relación amorosa de Calisto/Melibea, pero lo esquematiza más: suprime el entorno familiar, respetando solamente el lumpen que Celestina arrastra tras de sí. Es más, encomienda la historia a la parte expositiva más que a la acción. Se ha hablado en las informaciones previas del impacto de Nin-Culmell al volver a España en el 1956 y sentir el oscurantismo de la época comparada con
Nin-Culmell opta por un final diverso. Todos sabemos que los dos amantes se despeñan. Calisto, accidentalmente: se cae de la escala de mano. Melibea conscientemente: se suicida al asistir a la muerte de su amado. El libreto de Nin termina con estos versos y esta acción: MELIBEA En esta versión Ignacio García hace subir lentamente a Melibea a lo lato del muro y contempla el horizonte, mientras cae el telón. Nin-Culmell parece querer dejar el final abierto. Le importa poco si Melibea se suicida o no. Suprime esa decisión, propia del romanticismo, y más bien parece querer indicarnos que a Melibea se le abren nuevos horizontes: esa mayor liberalidad y amplitud de de miras que había compartido con Calisto. Es un final abierto a discutir hasta el infinito, pero que en Nin y García parece tener matices distintos. Nin la deja arrodillada ante el parapeto. Ese muro ¿indica la imposibilidad de seguir en esa apertura? Ignacio la sube a lo alto del muro, ¿quiere indicar la posibilidad, aunque aún lejano, de un mundo más amplio de horizontes?
Al leer el libreto de Nin, éste queda dividido en un prólogo y tres actos – dos escenas el primero y tres escenas el segundo – con bajada de telón entre los actos y transiciones a oscuro entre las escenas. Lo que se nota en la construcción de la dramaturgia es una gran capacidad de síntesis y de elipsis, proporcionando continuidad a toda la historia. El acierto de Ignacio García – director de escena – es reforzar tal continuidad y ha llegado incluso, con sabia inteligencia, a no dejar caer el telón entre los actos, hasta el punto de que la música proporciona unidad a toda la obra. Para ello, en colaboración con el escenógrafo Domenico Franchi ha creado unas buenas soluciones de cambio escenográfico. Desde el punto de vista plástico están bien conseguidos los ambientes: tétricos y sombríos para el entorno de Calisto y Celestina y paradisíaco para el primer jardín de Melibea, con muro recubierto de refrescante verdor salpicado de líricas rosas, y sólo amenazado por el enorme ciprés, preanuncio de cementerio. Jardín que, en el último acto, anuncia la desgracia al presentar el protagónico muro totalmente yermo, justificando la presencia del añejo ciprés, símbolo de paz, pero mortal: la de los cementerios. Toda esta plástica se ve potenciada por la acertada iluminación de Vinicio Cheli. Hay que destacar, gratamente, el encorsetado y original vestuario de Lluis Juste de Nin. La textura, un tanto acartonada de los tejidos le proporciona un aire de grabado medieval, como podemos ver en los dibujos de los manuscritos. Los caprichosos dibujos, de toque vanguardista, eliminan todo realismo y los emparentan con los vestuarios de las miniaturas de los códices antiguos. Escenografía y vestuario nos transportan a un lejano mundo, propio de dichos códices, que quedan reforzados por las tonadas que Nin compone para los textos de Juan del Encina, y pone en boca del coro. La dirección de Ignacio es muy buena, limpia y con la convicción de que está trabajando con una dramaturgia musical que mantiene el equilibrio entre la música y la acción narrativa. Hay ciertos momentos orquestales, sin voz, que sabe rellenar con el desarrollo de la acción, adquiriendo la música la función de banda sonora. En el ambiente de Celestina muestra la pasión de los criados y las dos prostitutas, sin eufemismos, como lo pide la situación. No obstante, no sabemos por qué, se muestra mucho más pacato en la relación amorosa última de Calisto y Melibea, cuando dicha relación en el original es más carnal que lírica y también en Nin:
(MELIBEA sentada en un banco, CALISTO a sus pies. Se ilumina lentamente en escenario). Tras el dúo viene una parte orquestal, donde supuestamente se da la relación apasionada de ambos, que aquí queda un tanto sosa mediante unas discretas caricias. Se hace larga y repetitiva. Según se desprende del libreto, tras el abrazo apasionado hay una elipsis a oscuro y la luz se abre sobre ellos sentados en el banco. El tal abrazo apasionado en esta versión resulta débil y con unos códigos más románticos que realistas, desmintiendo tanto el original como al propio Nin. Nos encontramos ante una partitura que entusiasma, no solamente por su calidad cromática sino por estar al servicio de la narración sin gratuidades virtuosistas, algo que tuvieron muy en cuenta los compositores de la llamada ópera de vanguardia de principios del siglo XX. Nin está totalmente en esa línea. Según sus testimonios, comenzó por componer las arias, algunas de ellas muy bellas, que tienen la cualidad de convertirse en temas de la obra. La sonoridad, en general, recuerda las composiciones orquestales y operísticas de la década de los 20, y aquí o allá hay un reflejo Falla y sus seguidores. Un acierto es haber engarzado, como un experimentado joyero, los villancicos – el texto – de Juan del Encina, componiendo una partitura que no desentona del conjunto y sin embargo nos trae reminiscencias musicales de la época en que se escribió Es obra fundamentalmente de solistas – mezzosopranos, sopranos, tenores y barítonos -, cobrando mayor importancia Celestina, Melibea y Calisto. Alicia Berri, que defendió bien el papel de Celestina en general, le faltó garra y profundidad en los bajos – al menos el martes 23 de septiembre – en el difícil momento de la conjura a Plutón. Gloria Londoño como Melibea, proporcionó un gran lirismo como voz y como figura, en general y en especial en el aria con la que comienza el tercer acto. Alain Damas como Calisto, sobresale especialmente en su primera aria y en el dúo final. El resto del reparto, de bastante menor intervención, resulta seguro y matizado. Cabe destacar José Antonio García Quijada con su Sempronio. Miquel Ortega ha cuidado de modo especial la dirección en la orquesta, que nos atrae de modo especial, tal vez por descubrir una nueva partitura, con la que no contábamos. Hay que alabar la interpretación dramática de todos los cantantes. Esta Celestina parece haber sido arrancada de un antiguo códice, porque rezuma los acordes de aquella grafía y de aquellas tonadas.
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