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LA CHUNGA
LO QUE PUDO SER Y QUIZÁ FUE
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LA CHUNGA
LO QUE PUDO SER Y QUIZÁ FUE
Barcitos como el que regenta La Chunga debe haber muchos, pero a mí me recuerda el café en el que transcurre la acción del melodrama para marionetas La cabeza del bautista, del maestro Valle. Y no solo por su escenografía. También por la catadura de sus clientes y el vocabulario que gastan, que, en uno y otro caso, serviría para alimentar un diccionario de la lengua paralelo al de la Real Academia. Ese es uno de los valores de La Chunga, pero tiene otros, entre ellos, la historia que se cuenta: lo que ocurrió en el dormitorio de La Chunga, mujer con fama de marimacho, y la joven Meche, en trance de convertirse en carne de prostíbulo por voluntad del proxeneta Josefino, que le tiene sorbido el seso. Lo único cierto es que éste cedió su amante de turno, por una noche, a la dueña del local a cambio de una suma de dinero con la que seguir jugando una partida de dados, que le era esquiva. A partir de ahí, todo son conjeturas. A falta de testimonios de primera mano, los personajes, duchos en el arte de estimular la imaginación, a veces calenturienta, elucubran sobre lo sucedido y se fabrican una verdad a la medida de cada uno. Los sucesos avanzan o retroceden en el tiempo sin orden ni concierto. Pero del aparente caos narrativo alimentado por la fantasía, surge un fascinante retablo de vidas construidas a base de sueños, frustraciones y pasiones, desbocadas unas, y, otras, reprimidas.
De las obras escritas por Vargas Llosa, La Chunga es la que más puestas en escena ha conocido y cosechado mayor éxito. En la que ahora se representa en el escenario del Español, todo se conjuga para revalidarlo: la dirección de Joan Ollé, el trabajo de los actores, la escenografía de Sebastiá Brosa, la iluminación de Lionel Spycher y el vestuario de Miriam Compte. Ollé ha ilustrado la gran escritura del novelista y dramaturgo intermitente con imágenes dotadas de una rotunda fuerza expresiva. Hay mucha teatralidad en su propuesta, en buen medida reforzada por una escenografía en la que el dormitorio de La Chunga, situado en la planta alta del establecimiento y vedado a la curiosidad de los parroquianos, se transforma, por obra y gracia de un telón que sube y baja como los de los teatros antiguos, en el escenario en el que se representan los acontecimientos reales o imaginarios a los que hacíamos referencia más arriba.
Pocas veces se obra el milagro de que todos los actores estén sobresalientes. Aitana Sánchez-Gijón en el papel de La Chunga, mujer dura de genio, impenetrable y de trato áspero, desmiente la idea de que los actores están mejor cuando se les asigna papeles hechos a su medida o que parecen venirles como anillo al dedo. En esta ocasión, el afán por encasillarles salta hecho añicos. Sánchez-Gijón es un ejemplo de la versatilidad de que son capaces los grandes de la escena. Irene Escolar, la otra mujer del reparto, hace un trabajo impecable como la enamorada, imprudente y dócil Meche. Su belleza y fragilidad son el contrapunto a la sordidez del ambiente. Su llegada al bar produce el efecto saludable de una corriente de aire fresco y su huida, aleccionada y empujada por La Chunga, vuelve a llenarlo de sombras. Asier Etxeandía es Josefino, el seductor de Meche, proveedor de pupilas del cercano burdel La Casa Verde y uno de los cuatro socios de la timba conocida como la de los inconquistables. Tiene toda la chulería que requiere el personaje y saca a relucir su cobardía cuando, en el tramo final, borracho como una cuba, se convierte en un macho herido y peligroso, pero, al tiempo, insignificante. Los otros tres jugadores de dados son interpretados por Tomas Pozzi (El Mono), Rulo Pardo (José) y Jorge Calvo (Lituma). Componen un coro desaforado y desafinado del que entran y salen cada vez que las exigencias del guión les requiere. No lo hacen en balde, pues aprovechan tales ocasiones para lucir sus individualidades. Las de Pozzi son notables, pero no le andan a la zaga Pardo y Calvo. La obra es rica en duelos interpretativos, los cuales exigen que cada actor responda con fuerza al desafío del contrincante. En tres, la esgrima roza la excelencia. Son el que mantienen La Chunga y Meche, a quien, tras las acometidas del juego erótico y los sabios consejos recibidos, se le desprende de los ojos la venda que le impedía ver. Otro duelo de altura es el que libran Lituma y Meche, en el que aquel escenifica una conmovedora e inútil declaración de amor. El que enfrenta a La Chunga con Josefino, en el que éste la propone formar sociedad y convertir el bar en prostíbulo, es brutal. No es el punto final de la obra, pero sí la escena que resume con la mayor crudeza la historia real o inventada que el autor nos cuenta.
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