Quizá el mayor acierto de esta nueva reposición de Jardiel en el Teatro Maravillas sea el programa de mano que se entrega a los espectadores: una reproducción exacta del número 10.506 del diario «ABC» del 26 de octubre de 1939. Nada más sugerente y objetivo para evocar y analizar, no sólo el momento histórico, sino sobre todo el clima cultural, que la lectura de un periódico de la época. Junto a las noticias de la recién comenzada Guerra – nada menos que el discurso de Von Ribbentropp en Danzig – y las noticias nacionales – «Las damas granadinas envían al Caudillo un artístico pergamino», «La arqueta con tierra española que las Organizaciones Juveniles ofrecen al Caudillo», «El camarada Benito Nuño, de los Grupos Falangistas de Nueva York, ha pintado un cuadro del Caudillo, en que Franco, a caballo con la espada desenvainada, manda una carga de Caballería legionaria, mientras su corcel está hollando una bandera marxista»- y entre pintorescos anuncios, que van desde el «Té de moda. Hoy, jueves en el Hotel Nacional» o «Eulalia-Sombreros comunica a su distinguida clientela que presenta su colección de sombreros en sus salones» a repetidos anuncios contra la sama -«Barachol. Ideal contra la sarna. El medicamento más recetado por los señores médicos» y «Artisárnico Martí. Tratamiento moderno. Desaparece rápidamente SIN BAÑO»– encontramos la Cartelera de espectáculos, en la que necesito detenerme brevemente porque sólo evocando los éxitos de los teatros y cines de esas fechas puede comprenderse lo que de revolucionario y absolutamente nuevo significa el estreno que ese mismo día tiene lugar en el teatro Infanta Isabel: Un marido de ida y vuelta, de Jardiel Poncela, por la Compañía de Arturo Serrano e Isabel Garcés. LA CARTELERA Ningún telón de fondo más adecuado para entender por qué los críticos de la época llamaban a Jardiel «arbitrario y disparatado» que el simple recorrido de esta Cartelera por la que puede tomarse el pulso de los gustos y, sobre todo, de los éxitos del momento.
El cine extranjero está representado en el Palacio de la Música con Tres diablillos, de Diana Durbin, «la figura máxima del cine mundial»; en el Monumental, con La pequeña vigía, y en el Tetuán con La pequeña coronela, ambas de Shirley Temple mientras que en el cine San Carlos se ofrece» la nueva versión española de El pequeño Lord«; en el Capitol, Dos pares de mellizos, «en versión inglesa, por Stan Laurel y Oliver Hardy» y en el Beatriz, Rose Marie, el máximo triunfo de Jeannette Mac Donald y Nelson Eddy. Como puede verse, el cine extranjero es, en esta fecha, todo un grandioso baño de mermelada. Si del cine extranjero pasamos al nacional encontramos en el Palacio de la Prensa Carmen la de Triana, con Imperio Argentina y Rafael Rivelles; en el Rialto, Mariquilla Terremoto y en el Avenida, Suspiros de España, ambas por Estrellita Castro … Todo un grandioso baño de castañuelas. Pues para este público, con esta mentalidad y estos gustos, tiene la osadía Jardiel Poncela de estrenar esa noche su comedia.
La cartelera teatral es básicamente musical: de los trece teatros abiertos en Madrid, dos ofrecen zarzuela (en el Calderón, Luisa Fernanda, de Moreno Torroba; en el Fontalba, La gata encantada, del maestro Luna), cuatro revistas y variedades (en el Maravillas, Olga Ramos, en la Zarzuela se presenta «la vedette internacional de color Elssie Bayron, – la Venus de Ebano» que, sin embargo, ofrece «un espectáculo de la más alta moralidad»), en el Español, Niní Montiam hace Caenas; en el Pavón, el sainete Rosa, la Pantalonera; en el Reina Victoria, Tina Gascó hace una comedia de Quintero, Oro y marfil; en el Lara, Aurora Redondo y Valeriano León presentan La venganza de don Mendo; en el Cómico, Luis Peña, Juan Espantaleón y Carmen Carbonell hacen Cartel de Feria; en la Comedia, Elvira Noriega estrena Las colegialas, de Leandro Navarro – el gran colaborador de Adolfo Torrado – de la que dice el crítico de «ABC» en ese número: «Porque es muy de alabar esto de que las obras escénicas tengan un argumento lógico, verosímil y bien dispuesto»…»porque las palabras no están, como tantas otras veces, vacías de ideas»…da la impresión de que el crítico está ya afilando sus dientes para el estreno siguiente: porque esa noche va a estrenarse Un marido de ida y vuelta. Sí, surgiendo entre ese baño de mermelada, de castañuelas y de comedias «lógicas, verosímiles y bien dispuestas», Jardiel Poncela va a estrenar una de sus mejores obras. UNA EXPLOSION DE VIDA Jardiel arranca su comedia con un primer acto espléndido en casa de Leticia y Pepe que dan un baile de disfraces, con Leticia vestida de Cleopatra, Pepe de torero y con barba que tendrá que afeitarse ante la imposición inapelable de su mujer que en el colmo de su indignación lanzará un «Tú a mí no me toreas, Pepe» que arranca la primera carcajada de la noche. Este primer acto acaba con la muerte de Pepe, entre la risa de todos los personajes ante la ignorancia del médico Ansúrez -que viene disfrazado de diablo- y que, como había previsto Pepe, le diagnostica un reuma. Todo el acto está abarrotado de máscaras y disfraces culminando con la entrada de Etelvina la paralítica, la cotilla oficial de la familia, que viene vestida desnuda de maja de Goya en diván con ruedas que sustituye para ese momento a su carrito de paralítica. Jardiel con mano maestra prepara en ese actoprólogo todo el nudo de la obra: Pepe le hace prometer a su amigo Paco Yepes que, a su muerte, no se casará con Leticia (Leticia – un tipo más de esas maravillosas e inaguantables mujeres histéricas de Jardiel – ha escrito un Diario íntimo que va dejando leer a todos y en el que expresa su amor por Paco).
El segundo acto es soberbio de humor y de situaciones. Paco y Leticia, efectivamente, se han casado pero en su nuevo hogar están ocurriendo cosas misteriosas que sólo preocupan a Elías, uno de esos criados fabulosos de que está lleno el teatro de Jardiel. Y aparece por fin el espectro de Pepe – siempre vestido de torero que va a formar con la nueva pareja un delicioso triángulo de vodevil absurdo y enternecedor. El tercer acto -cosa rara en Jardiel– está tan bien construido como los anteriores y concluye sabiamente con un final poético y perfecto. HUMOR Y POESIA Es casi un milagro que esta obra se estrenase en ese 1939 e hiciese reír a aquel público. Y es otro milagro que en 1985 nos siga haciendo reír. Claro que hay verbalismos y situaciones que hoy han perdido algo de su frescura original (el comienzo del tercer acto con los cuatro criados llevando bolsas y compresas calientes que se enfrían y frías que se calientan), pero la invención chispeante, la construcción sólida, el trazado de los caracteres siguen siendo vivos y eficaces.
Jardiel es una catarata de ocurrencias – unas inevitablemente más acertadas que otras – y una carga trepidante de dinamita que hace saltar por los aires todo un teatro «lógico, verosímil y bien dispuesto». El crítico de El Correo catalán insultaba -como solía hacer siempre la crítica con Jardiel -, al autor calificando esta obra de «engendro cómico – burlesco de la peor especie», de «estultez enhoramala estrenada», afirmando que «Jardiel ha creado un tipo de humorismo de una vulgaridad y de un cinismo aterrador» y previniendo al público porque «realmente seria un dolor que en los momentos actuales siguiese el teatro por los derroteros que le señala la obra de este escritor decadente».
Hoy día nos parece sencillamente imposible el entender esta ceguera de los críticos que acabaron haciendo amarga la vida del autor. Calificar de «cinismo aterrador» una obra en que se plantea el problema conyugal con una ternura, con una limpieza y con una poesía – ¡ese maravilloso tercer acto en el que Leticia descubre «que era muy feliz regañando todo el día con Pepe»!- es no sólo injusto sino simplemente estúpido. La serie de reposiciones afortunadas de Jardiel en estos últimos años – Angelina, Los habitantes de la casa deshabitada, Eloísa está debajo de un almendro – han servido para consolidar y ratificar la ceguera de sus críticos y el puesto de honor que merece Jardiel en el teatro español contemporáneo, al que vino a traer una auténtica bocanada de aire fresco y renovador hasta la genialidad. Aún siguen esperando reposición otras de sus grandes obras – Madre (el drama Padre), Blanca por fuera y Rosa por dentro o Las cinco advertencias de Satanás – que seguirán sorprendiendo al público de hoy por su imaginativo humor y por su sobria poesía. LA PUESTA EN ESCENA Es Jardiel un autor muy difícil de representar porque a sus obras no les basta la corrección y el buen hacer sino que exigen algo que no siempre está al alcance de cualquier compañía: la brillantez. Jardiel ha de ser representado brillantemente porque su juego escénico es muy rápido, porque sus personajes – aun los secundarios – son originalísimos y porque el ritmo interno de sus obras tiene siempre un punto equidistante entre la lógica y el absurdo, entre lo intelectual y lo grotesco, entre lo sutil y lo abiertamente cotidiano. Mara Recatero – y detrás de ella su marido, Gustavo Pérez Puig – ha dirigido la comedia con cierta eficacia pero sin llegar a la brillantez. Algunas escenas no están aprovechadas, otras – el comienzo del tercer acto – no alcanzan el ritmo rápido adecuado. El numeroso elenco – son 17 personajes – tampoco está a la altura. Destaca como siempre la Baró con su característico descuido tan eficaz, Jesús Puente – muy bien visto el personaje aunque en ocasiones demasiado apagado – y Joaquín Kremel, certero y sobrio en su Paco Yepes. Alfonso del Real tiene todas las tablas del mundo, pero no «da» el Elías de Jardiel porque fuerza demasiado el personaje en vez de dejarlo fluir. Victoria Rodríguez no es actriz cómica – ¿es la devolución a Buero de Pérez Puig por el montaje de Diálogo secreto? – y Barbero y la Abad se saben bien el oficio. A pesar de esa falta de brillantez en la dirección y en la interpretación, Un marido de ida y vuelta es entendido y reído por el público actual. El entramado lógico y fácil de su construcción – muy superior al de otras obras de Jardiel que arrancaban prometedoramente y acababan en confusión o dispersión – y la certera visión de los tipos y situaciones siguen estando plenamente vigentes. Más anticuados e ineficaces resultan hoy los recursos verbales, tantas veces chispeantes, del autor que ahora han perdido fuerza ante un público más acostumbrado ya a un lenguaje desenfadado y cáustico, que no percibe ya el contraste escandaloso con el «buen decir» agarbanzado de los contemporáneos del autor. Otra vez más, como el Cid, Jardiel ha vuelto a ganar una batalla después de muerto.
TEATRO MARAVILLAS
|