El Teatro de la Zarzuela, bajo el denominador común del «Payaso» ha unido dos títulos distantes en el tiempo y en la geografía: Black, el payaso del español Pablo Sorozábal e I Pagliacci del italiano Ruggero Leoncavallo. Además del término Payaso, hay otra razón, según declaraciones de Ignacio García: la admiración de Sorozábal por Leoncavallo.(CLIKEAR). Una cierta novedad es la variación del título de la obra de Leoncavallo. En esta ocasión la han titulado I Pagliacci, cuando tradicionalmente ha sido Pagliacci. Desconozco las razones. BLACK, EL PAYASO Francisco Serrano Anguita, libretista de Black, el payaso, ha escrito un texto procedente de la novela francesa de Jean-José Frappa, La princesse aux clowns (1923). El argumento nos traslada a un circo. Black y White son dos payasos que llevan su carromato por esos caminos de Dios. En una de sus estaciones, una vieja melodía de la estepa cantada por Black, desencadena en una de las espectadoras una crisis nerviosa. Es la princesa Sofía de Suravia. A partir de ese «shock» todo se convulsiona en el principado. Vuelve el régimen monárquico al reconocer en Black, al exiliado Príncipe Daniel, quien contará con el apoyo y amor de la princesa. Sin embargo no todo es lo que parece, y aquí hay que dejarlo, para no destripar la trama. Esta historia viene narrada a través del director de la Compañía circense – un eficaz Emilio Gaviria, papel que ya lo interpretó en el Teatro Español, la primera versión, también de Ignacio García, de la cual ésta es heredera – plantea una temática nada inocente, a pesar de su factura musical y textual, en las lindes de la opereta. En esa confusión de Payaso y Príncipe, no se oculta una reflexión sobre el poder: los payasos son reyes y los reyes son payasos. La obra está escrita en 1942, a pocos años de haber estrenado Franco su caudillaje. No sé si la mente de Serrano Anguita, secundado por Sorozábal al aceptar «musicar» esta historia, pretendía una alusión directa al régimen, que no se cansaría de ostentar el poder. Sea lo que fuere, el tema va más allá de Franco y su corte, y se expande hasta la misma humanidad; ¿Cuál es nuestra verdadera realidad? En la práctica es casi imposible que no recurramos a diversas máscaras – personalidades – para transitar por la vida, ante las variopintas situaciones y personas con las que nos topamos. La figura del «payaso» es enormemente connotativa, y, en este caso, la unión de las dos obras, Black y Pagliacci, viene motivada por ella. Bajo la sonriente máscara del Payaso, tradicionalmente se descubre cierta amargura y, en ocasiones, perversión o venganza. Aquí, la amargura cohesiona ambas obras, que en el caso de Pagliacci, llega a la tragedia. Este aspecto de contenido y la temática circense es la que ha aprovechado Ignacio García para presentar un programa doble, el cual siempre es un quebradero de cabeza al tener que buscar la motivación de por qué se presentan conjuntamente. En el caso de I Pagliacci, se suele unir a Cavallería Rusticana, por aquello de que son obras del mismo compositor. Para evitar la cesura, a nivel de contenido, Ignacio García hace que una obra penetre en la otra, a través de algunos personajes, como son el director, los artistas circenses y la carreta ambulante. La idea planteada es que en este circo itinerante acontecen dos historias: la de Black – una historia amarga, pero no trágica – y el conflicto amoroso entre Canio y Nedda, pero el circo es el mismo. Además de la unidad espacial de ciertos personajes, se ha pretendido una unidad más: la del cantante. El elenco que interpreta Black es el mismo que arremeterá con I Pagliacci. Según declaraciones de Ignacio García tal decisión proviene de la polémica, «in eternum», en los círculos musicales: ¿la ópera mejor que la zarzuela? La opinión común de directores y cantantes, sobre todo españoles, es que lo que llamamos zarzuela grande puede parangonarse con un tipo de género operístico. El que los cantantes sean comunes para una y otra obra, vendría a desdibujar la línea de aquellos que piensan que son dos géneros totalmente distintos. Tal iniciativa se recibe con agrado, pues muestra las posibilidades de los cantantes en un género y otro. Una incógnita era si las dos partituras musicales – la de Sorozábal y la de Leoncavallo – podían encontrar un lugar común o darse de bruces. Al escucharlas conjuntamente, a pesar de las diferencias de estilo – una es una opereta y la otra una ópera -, así como la separación de los años, no resulta hiriente al oído. Es más, la partitura de Sorozábal posee momentos orquestales cercanos al mundo operístico, lo cual es lógico, una vez que el compositor español se mueve en las lindes del «verismo», y Leoncavallo deambula por el verismo. Además, en los compositores españoles de zarzuela siempre ha habido una nostalgia de componer ópera, y aprovechan el menor resquicio para un apunte aquí y allá. Sorozábal no iba a ser menos, y en Adiós a la Bohemia (CLIKEAR), la aproximación operística es notable. El 16 de abril el reparto estaba integrado por Maria Rey-Joly (princesa Sofia en Black y Nedda en I Pagliacci), Fabián Veloz (Black y Tonio en I Pagliacci), Carlos Bergasa (Silvio en I Pagliacci), Albert Montserrat ( Canio en I Pagliacci) y Rubén Amoretti (White en Black). María Rey- Joly es una soprano de gran versatilidad interpretativa y de seguridad canora. En esta ocasión, sin desmerecer su interpretación como princesa Sofía en Black, llama poderosamente la atención como Nedda en I Pagliacci. Es posible, que a pesar de lo dicho anteriormente, en su partitura se denuncia la superioridad de Leoncavallo. El barítono Fabián Veloz está espléndido tanto en Black como en Tonio. En esta ocasión ambas partituras participan de una calidad similar. Sorozábal apunta, en él, una cierta vena operística. Quien arranca el aplauso del público es el tenor Javier Galán en su papel de Dupont (Black, el Payaso). Sus dos intervenciones fueron muy buenas, con una limpieza en los agudos y una modulación acertada. Es verdad que la partitura posee una calidad llamativa, y no es casual el que Alfredo Kraus la interpretara en la versión discográfica (1). El barítono Carlos Bergasa es Silvio (I Pagliacci). Buena su interpretación y voz plena. Ruben Amoretti es un bajo de templada voz y buena potencia que llena la escena. Ambas obras están dirigidas con buen ritmo escénico por parte de Ignacia García. Son brillantes las escenas circenses y de gran movilidad. Tal ritmo decrece en I Pagliacci, aunque es cierto que se trata de otra situación dramática. La representación de Arlequín y Colombina, resulta un tanto desvaída. En ambas obras hay que alabar el movimiento de los coros, que musicalmente son solventes. Donato Renzetti, dirige la orquesta con buen pulso. En alguna ocasión, en Black el volumen es un tanto elevado, con perjuicio para los cantantes. También es cierto que la acústica del Teatro de la Zarzuela no es eficaz en todos los ángulos. El espacio escénico único posee un gran poder de evocación, y están bien resueltos los diversos espacios a los que obliga Black, los cuales resultan expresivos, dentro de un cierto minimalismo. La escenografía posee la virtud de no romper el ritmo de la obra en las mutaciones escénicas. Este programa doble ha resultado un acierto. Al final, el público aplaudió la representación con fervor (1) Hispavox. Alfredo Kraus, Renato Cesari, Leda Barcal, Enriqueta Serrano y dirección de Pablo Sorozábal.
Título: Black, el payaso (Opereta en un prólogo y tres actos) Título: I Pagliacci (Drama en un prólogo y dos actos) * Miembros del coro del Teatro de la Zarzuela MUSICOS EN ESCENA: José Fernández (clarinete), Juan Antonio Mira (violín), Jesús Mozo (acordeón) ARTISTAS DE CIRCO: Oscar Alba (malabarista), Marisa Prada (trapecista), HÉctor Vázquez (malabarista) FIGURACION: Alex Amaral, María Briones, Ramón Ceballos, Ana Cerdeirina, Sumeya EI Jaouhar, Rafael García, Mamen Godoy, Jorge Martín, Jorge Mayor, Xavi Montesinos, Francisco Núñez, Alejandro Valenciano Escenografía: Juan Sanz y Miguel Ángel Coso Realización de escenografía: Decoraciones Bongar, S.L
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