Una tranquila casa de campo en Normandía. Allí vive un Niño inquieto, que siempre evita hacer sus tareas y desobedece a su madre. Un día, tras ser regañado por no hacer sus tareas escolares, el Niño da rienda suelta a su ira: destroza los muebles y el papel de la pared, rompe la tetera y el péndulo del reloj, ataca al gato… Lo que no espera es que los objetos y animales que le rodean pierdan la paciencia, hartos de su violencia. Todos, incluso los muebles, cobran vida y comienzan a hablar con voces humanas. A través de esta experiencia mágica y sorprendente, el niño aprende una valiosa lección sobre el respeto y la empatía hacia todo lo que lo rodea.
La historia definida como fantasía lírica tuvo su germen en 1916 durante la Primera Guerra Mundial. El director de la Ópera de París pidió a la multifacética Sidonie-Gabrielle Colette que escribiera un libreto para un ballet de hadas. A los ocho días se lo entregaba bajo el título de Entretenimientos para mi hija (Divertissements pour ma fille). Fueron varios los candidatos para componerla música. Colette manifestó sus preferencias por Maurice Ravel, a quien admiraba, y fue elegido. Ravel estaba enrolado en la guerra y la primera copia del libreto se perdió. En 1917 recibía una nueva copia y aceptó el encargo, pero inclinándose más por componer una ópera que un ballet. ALFONSO ROMERO, director de la puesta en escena Alfonso Romero se encarga de la puesta en escena y precisa que el libreto, muestra el proceso de crecimiento y maduración de un niño pequeño. En la primera escena, el Niño, se rige por su egocentrismo propio de su edad. cree que todo gira a su alrededor, pero cuando escucha el dolor de los objetos y animales que ha maltratado, comienza a entender que hay otras realidades y seres a su alrededor que también merecen su atención. En resumen, el Niño descubre y nos muestra el valor de la empatía. Como contrapartida el Niño percibe el mundo como algo controlado por “los otros”, los adultos, que imponen reglas sin pedir su opinión. Estos adultos se representan por figuras vestidas de frac, a modo de sirvientes invisibles. Estas presencias (todos los solistas excepto el Niño) sostienen la realidad que lo rodea, pero para él son invisibles; solo verá los objetos o elementos de color que llevan en las manos o en sus trajes, según el personaje. Estas figuras omnipresentes generan un fondo neutro sobre el que destacan los coloridos objetos de utilería que el Niño identifica. Funcionan de manera similar a los «Kurogo» del teatro Kabuki, y especialmente el Bunraku, en el que cada títere es manipulado al menos por tres artistas en una perfecta coordinacion y fluidez de movimientos. La voz del títere no es la de uno de sus manipuladores, sino la de un recitador externo, con lo que sumado al intérprete de «Shamisen», hace necesaria la intervención de cinco artistas para dar vida y voz a cada personaje principal. Este delicioso trabajo en equipo y perfecta coordinación son los ejes principales sobre los que quiero trabajar, tomando como ejemplo la mano humana, en la que cada dedo es fundamental para su funcionalidad, aun siendo cada uno de ellos totalmente diferente e independiente del resto. Los personajes rebeldes son: La Poltrona, La Taza china, El Fuego, La Princesa, La Gata, La Libélula, El Ruiseñor, El Murciélago, La Lechuza, La Ardilla, El Sillón, El Árbol, El Reloj de pie, La Tetera, El Gato, La Ranita, La Aritmética. Ocho cantantes en escena – Aida Turganbayeva (soprano), Andrea Rey Gil (mezzosoprano), Ivana Ledesma (soprano), Dragana Paunovic (soprano), Estíbaliz Martyn (soprano), Gonzalo Ruiz (barítono), Enrique Torres (barítono), Pablo Puértolas (tenor) – interpretan esos 17 personajes, que juntos enseñarán al Niño lo importante que es respetar a los demás.
LA PUESTA EN ESCENA Alfonso Romero aclara que
La escenografía estará formada fundamentalmente por estas figuras misteriosas, por estos andamios animados que darán a la escena agilidad y todo tipo de efectos como travelling o cambios a vista de escena coreografiados. Esta implicación de toda la compañía en el espectáculo es la base de mi concepto escénico y enlaza con la filosofía de la ópera estudio, en el sentido de crear una conciencia de comunidad de trabajo donde todos sean partícipes indispensables para el desarrollo de la escena. La marca de fábrica de Alfonso Romero en sus puestas en escena sigue el concepto de solidaridad, crítica constructiva colectiva y trabajo en equipo, sin obviar el talento individual de cada artista. En el caso de El niño y los sortilegios se puede recurrir fácilmente a una puesta en escena basada en una sucesión de mini-arias o breves números de lucimineto vocal del cantante, creando una sensación en el elenco de «hago mi parte y me despreocupo del resto». Precisamente esta dinámica es la que quisiera evitar con mi concepto escénico y dinámica de trabajo, haciendo imposible que ningún personaje, a excepción del niño, pueda ser interpretado solamente por un cantante. La creación de cada personaje se ha llevado a cabo en la Sala de ensayo, mediante la fantasía e integración grupal. será un equipo de personas el que le dé vida durante la representación. Los solistas serán de forma práctica «co-creadores» de todas las escenas, y no solamente de sus números individuales. La carrera profesional de estos jóvenes cantantes tenderá hacia el individualismo, por lo que con esta experiencia de trabajo colectivo deseo que experimenten el placer de sentirse partícipes de un todo más grande. Para el papel de la Princesa o el Fuego serán necesarios cuatro cantantes, para el de la Rana o la Ardilla tres, y así con el resto de personajes. LA MÚSICA
El título original era Entretenimientos para mi hija, por lo cual Ravel, con humor, le dijo a Colette: «Me gustaría hacerlo, pero no tengo una hija». Para su inspiración acudió a los recuerdos de la infancia, especialmente del amor materno, que inspiraron una de las partituras más mágicas de Ravel, a medias entre el cuento de hadas, la ópera y el ballet. Para ello, hubo que esperar, ya que Ravel se vio obligado a aplazar el proyecto por el compromiso de otros contratos y no lo retomó hasta 1924. El decidirse por componer una ópera está relacionado con el espíritu infantil de Ravel dentro de su personalidad sofisticada. En su opinión, «todo niño es sensible a la música, a todo tipo de música». Quizá por eso se sintió muy cercano al mundo infantil, teniendo presentes en su obra los cuentos y el imaginario mágico de la infancia. Además de esta ópera, un ejemplo claro es Ma mère l’oye (Mi madre la Oca), una suite de cinco piezas para piano a cuatro manos, basada en cuentos infantiles de Perrault, que escribió en 1908 para ser estrenada por dos pequeños pianistas y que más tarde orquestó. El niño y los sortilegios se estrenó el 21 de marzo de 1925, en Montecarlo, con coreografía de Georges Balanchine.
La crítica la considera como una obra maestra de la música del siglo XX, llena de belleza e imaginación. A través de ella los objetos de la casa cobran vida, las matemáticas salen del cuaderno, Gata y Gato se lanzan en un dúo de maullidos y la Ardilla debate con las Ranitas de San Antón. En la noche del estreno Ravel declaraba: «Nuestro trabajo exige una producción extraordinaria: los papeles son numerosos, y la fantasmagoría es constante. Siguiendo los principios de la opereta estadounidense, el baile es una continuidad íntimamente ligada a la acción. Ahora la Ópera de Montecarlo posee un grupo maravilloso de bailarines rusos, increíblemente dirigidos por un prodigioso maestro de ballet, el señor. Balanchine… Y no nos olvidemos de un elemento esencial, la orquesta»
Los cantantes, tal y como indica el compositor en la partitura, interpretan a varios personajes (con la excepción del Niño) pero en esta versión estarán acompañados al piano en lugar de la orquesta.
FUNCIÓN PRECIO
Título: El niño y los sortilegios (L’enfant et les sortileges) Intérpretes: Pianistas: Samuel Martín y Sergio Berlinches Dirección musical y pianista: Miguel Huertas
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