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EL VIAJE DEL ACTOR ARTIFICIOSO |
El actor como personaje tiene una presencia relevante en el teatro de Anton Chejov. Tal vez por ello Paco Plaza se haya servido de materiales procedentes del dramaturgo ruso |
EL VIAJE DEL ACTOR ARTIFICIOSO
El actor como personaje tiene una presencia relevante en el teatro de Anton Chejov. Tal vez por ello Paco Plaza se haya servido de materiales procedentes del dramaturgo ruso para un espectáculo que ha titulado El viaje del actor. El espectáculo incorpora dos conocidas piezas breves de Anton Chejov, La petición de mano y El canto del cisne, engastadas en una historia que tiene como personaje central a un veterano actor en el declive de su carrera. Agitado por sus propias obsesiones acerca de la verdadera naturaleza del teatro, tanto como por su mal genio, tiene oscura conciencia de que su tiempo ha terminado, aunque se oculte bajo una pretendida superioridad o tras su inveterada propensión al alcohol. La trama toma como punto de partida el pretexto de las dificultades para encontrar a una actriz que pueda interpretar el papel femenino de La petición de mano. La inesperada irrupción de una muchacha, en quien el viejo actor ve talento y posibilidades, parece aportar un estímulo a su decaído ánimo. Todo ello da pie a la representación del espectáculo –teatro dentro del teatro- que constituye un éxito, pero que le sirve a la joven actriz como plataforma que la eleva hacia el éxito que le procurará el productor de moda. El viejo actor, derrotado, encarna ahora al protagonista de El canto del cisne, que refleja elocuentemente su triunfo en los escenarios y su paradójico fracaso humano. El tejido dramatúrgico del espectáculo, a pesar de la pretendida coherencia, no consigue sobrepasar el territorio de las buenas intenciones. El homenaje a Chejov o al actor, o las anacrónicas alusiones a los males del teatro español, desde la perspectiva de aquel actor chejoviano, resultan poco convincentes y carecen de interés dramático. Incluso los textos de Chejov, interesantes por sí mismos como ingenioso ejercicio teatral el primero y como amarga y dolorida reflexión metateatral el segundo, parecen en esta versión artificiosos y desubicados. Todo se muestra forzado, postizo. Tampoco la interpretación actoral supera esa barrera. Un buen actor de trayectoria probada, como es Roberto Quintana, se ve reducido a la repetición de clichés o empujado a una sobreactuación carente de sentido. Si en otras interpretaciones ha demostrado precisamente su capacidad de imprimir una intención a sus personajes y su estilo elegante y contenido, aquí parece errático y excesivo a un tiempo. Poco aporta la interpretación de Daniel Moreno, mientras la de Juan Carlos Castillejo se reduce también a la reproducción de un modelo visto en innumerables ocasiones. Mas atractiva resulta la aparición de la joven Ángela Cremonte, que presta una ingenuidad no impostada a un personaje que se adecua a su situación y a sus posibilidades.
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