La fragilidad de la memoria. Victoria Szpunberg.Crítica

 

LA FRAGILIDAD DE LA MEMORIA

Humor, insrumento crítico para recordar la represión.


LA FRAGILIDAD DE LA MEMORIA

EL HUMOR COMO INSTRUMENTO CRÍTICO

PARA RECORDAR LA REPRESIÓN 

  

 
 FOTO: DAVID RUANO

La fragilidad de la memoria es un ciclo que presenta la dramaturga Victoria Szpunberg, compuesto por El meu avui o va anar a Cuba y La marca preferida de las hermanas Clausman, a las que se añadía la pieza sonora Memoria de una ludisia. Las dos primeras habían sido exhibidas de forma independiente en las salas Tantarantana y Beckett de Barcelona, en el año 2010. La Cuarta pared reunía las dos obras dramáticas, El meu avui no va anar a Cuba y La marca preferida de las hermanas Clausman,  a manera de programa doble y, más tarde, ofrecía la posibilidad de escuchar el drama radiofónico Memoria de una ludisia. No pude escuchar esta última, pero sí asistir a la representación de las dos primeras. Según se nos dice en el programa de mano, la autora se inspira en un hecho biográfico: la historia de sus padres, dos militantes de izquierdas durante la dictadura militar argentina a los que las circunstancias empujan a la clandestinidad y finalmente al exilio, al que no pudieron acompañarlos compañeros y amigos que desaparecieron para siempre bajo el perverso mecanismo de la represión ejercida por los militares en aquella sangrienta etapa. El ciclo ofrece una continuidad temática,  no evidente pero plena de sentido, entre el primer y el segundo texto.

        

El meu avui o va anar a Cuba parte de un juego metateatral que descompone la historia en varios planos. Un director argentino prepara una película de la dictadura, de la que él no tiene una experiencia directa, y convoca una audición para elegir a la actriz que interpretará el papel de Ana. La actriz a la que vemos en la audición es una joven intérprete española con escasos o nulos conocimientos del período en el que acaece la acción, pero con entusiasmo por hacerse con el papel y una posterior identificación emocional con el personaje que encarna y que finalmente desaparecerá de la cinta en su proceso de montaje, lo que apunta de nuevo hacia la desmemoria. Un tercer plano nos permite acceder fragmentariamente a lo que pudo ser el núcleo de la historia de Ana, una militante izquierdista argentina, a quien una llamada amiga salvó en el último momento de caer en manos de quienes iban a detenerla, suerte que no corrieron otros compañeros, de modo que su alegría por estar viva quedará empapada siempre por un doloroso sentimiento de culpa.

 

El recurso a la metateatralidad y la imbricación del plano de la representación con el plano de la posibilidad eran elementos técnicos que la dramaturga utilizaba ya con buen pulso en uno de sus primeros textos: Entre aquí y allá. Pero, si aquellos recursos se ofrecían como una remozada forma de experimentación pirandelliana que apuntaban hacia una realidad diluida e incierta, esta técnica adquiere ahora una incisiva utilidad política. La memoria se presenta como necesidad y como conflicto, como problema no resuelto pero irrenunciable. A los elementos de ficción se suman los efectos de extrañamiento, como la reducción del director a una imperativa voz en off, el empleo de la música, el juego de las pelucas como elemento de caracterización dotado de una peculiar comicidad, el recurso a las repeticiones o la deliberadamente desordenada yuxtaposición de las escenas que configuran el mosaico de la historia. Un discreto, pero perceptible, sello brechtiano imprime al espectáculo una condición artesanal, que prefiere obviar la emotividad y mostrar a cambio una compleja articulación de engranajes que permitirán al espectador una reflexión más desapasionada, pero más lúcida, acerca de un fenómeno terrible  y lacerante, sí, pero que no se presenta ahora para reclamar  la indignación, sino  como motivo de inquietud intelectual y moral, como pregunta y no como incitación a la sensibilidad. El extraño humor que atraviesa El meu avui o va anar a Cuba, el aparente desapego con el que se ofrece la dura historia y el distanciamiento con el que se dramatiza resultan singularmente eficaces para este propósito y procuran además un aligeramiento de la trama, plagada de oquedades, de silencios, de enigmas no totalmente resueltos, de acciones truncadas, de sobreentendidos, de omisiones, de guiños – se advierte aquí la influencia de Sanchis Sinisterra -,  que alejan al drama de cualquier pretensión de contundencia o de solemnidad, sin rebajar por ello su inequívoco planteamiento crítico.

 

La escenificación es sencilla y limpia. La presencia de la música en directo, responsable no sólo de aspectos ambientales, sino también narrativos es acaso el aspecto más relevante del espectáculo. El trabajo actoral, muy sugestivo,  acentúa lo humorístico, y aun lo cómico, y prefiere la liviandad, el tono deliberadamente frívolo, o  al menos inconsciente, en algunos momentos,  justamente como manifestación de esa distancia que la dramaturga y directora quiere imponer entre la brutalidad de los hechos de referencia y la complejidad de la memoria desde la que se afrontan.

 

La marca preferida de las hermanas Clausman sitúa su acción dramática en los años 90. Los dos personajes son dos adolescentes, Sara y Valentina,  que viven en una ciudad catalana  y a quienes imaginamos hijas de Ana, la militante argentina de la obra anterior. La metateatralidad opera también en esta segunda entrega. Las dos muchachas, y singularmente Valentina,  no parecen atender a otros proyectos que desborden  la inmediatez de su vida cotidiana. La comida que preparan, la obsesión por las ropas de marca, los episodios amorosos con el otro sexo, vividos siempre con ligereza y sin más criterio que el capricho del momento o la necesidad de responder a un estímulo repentino,  o la agitación compulsiva de su propia adolescencia dejan poco hueco a la conciencia social o política que había condicionado la juventud de su madre. Las tribulaciones que esta padeció, sin embargo, han dejado alguna huella en las muchachas, operan en ellas a la manera del mito. Por eso repiten confusamente el relato, lo representan periódicamente, como si de un juego se tratara, aunque no alcancen la plenitud de su significado. De nuevo este desajuste entre unos hechos presumiblemente terribles, que no vemos en escena, y su imprecisa reproducción, a la que sí asistimos,  suscita en el espectador la pregunta acerca de la condición de la memoria.

 

El personaje de la madre no está en escena, aunque sí opera dramáticamente. Es un personaje latente (o presente-ausente, como quieren otros teóricos). Las muchachas tienen acceso a ella a través de una puerta entreabierta, que sugiere la ardua incertidumbre de la memoria y también la distancia entre estas dos generaciones, la mezcla entre el recuerdo y su confusa mitificación. La parcial ausencia de la madre acentúa esa condición de mito que reviste su historia para sus hijas, quienes padecen una suerte de orfandad emocional e intelectual que las aboca a una existencia epidérmica guida por  las marcas de ropa, el éxito ocasional con los chicos o la aventura inane. Mientras, la memoria se desvanece al otro lado de la puerta, se trunca como un hilo que se quebrara, sustituida acaso por esta forma estúpida de desmemoria que es la televisión, que la madre retiene tenazmente. Para la madre esta situación debe de suponer también una discontinuidad dolorosa, una aguda percepción de una fractura o de un vacío, acaso una consecuencia del sentimiento de culpa o un desasosiego íntimo, un desconcierto al enfrentarse a una sociedad que poco tiene que ver con la que imaginó –imaginaron- en aquellos momentos de esfuerzos y de sacrificios, incluso de riesgo de la propia vida.

 

La dirección de Glòria Balañà es delicada y precisa. Ha buscado una escenificación sencilla, fluida e íntima, con plan confianza en la potencia de un texto que no necesitaba subrayarse, sino interpretarse con convicción, pero, también ahora, con una actitud despegada que huye de cualquier intento de solemnidad o de didactismo. El resultado es impecable, gracias también a un magnífico trabajo de interpretación de las dos actrices.  Es preciso destacar muy especialmente la actuación María Rodríguez, exquisita y precisa, fresca y tierna, pero, al mismo tiempo, madura y sólida. Su personaje se convierte en un ser seductor y enigmático, sugerente y complejo. Sin duda, uno de los trabajos actorales más brillantes que he visto en la presente temporada. Sólo por ver a esta actriz merecería la pena asistir al espectáculo, aunque, ciertamente, ha dispuesto de un texto que no desmerece de sus posibilidades interpretativas. Victoria Szpunberg y María Rodríguez invitan al espectador de teatro a seguir sus trayectorias.

 

Título: El meu avui o va anar a Cuba (els meus pares si).

Autora: Victoria Szpunberg.

Voz y música: Sabina Witt.

Espacio sonoro y música: Lucas Ariel Vallejos.

Voz en off: Francisco Baglietto.

Ayudante de dirección: Judit Porta.

Intérprete: Marta López (Actriz y Ana).

Directora: Victoria Szpunberg.

Estreno en Madrid: Sala Cuarta pared, 24 –III – 2011.

EL MEU AVUI O VA ANAR A CUBA

Título: La marca preferida de las hermanas Clausman.

Autora: Victoria Szpunberg.

Espacio escénico y vestuario: Meritxell Muñoz.

Iluminación: Sylvia Kuchinow. 

Intérpretes: María Rodríguez (Sara), Adriana Pastor (Valentina).

Dirección: Glòria Balañà Altimira.

Estreno en Madrid: Sala Cuarta pared, 24-III -2011.

LA MARCA PREFERIDA DE LAS HERMANAS CLAUSMAN
FOTOS: DAVID RUANO

                                                       

 

Eduardo Pérez – Rasilla
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