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LAS MENINAS CORROSIVO E INGENIOSO |
El discurso crítico se combina con la irreverencia |
LAS MENINAS CORROSIVO E INGENIOSO
La tradición teatral española cuenta con la evocación dramática de Las meninas que, en 1960, imaginara Antonio Buero Vallejo en la obra homónima. Aquel texto memorable le servía a Buero Vallejo para plantear a la sociedad española una reflexión crítica sobre un presente político dominado por una insoportable y ya demasiado larga dictadura, tomando como referencia la historia de la pintura del célebre cuadro velazqueño. El texto del autor mexicano, de origen chileno, Ernesto Anaya, es, pese a la coincidencia del título, de naturaleza muy distinta. Frente a la severidad de la obra bueriana, Anaya prefiere un humor corrosivo y disolvente, mediante el que el discurso crítico se combina con la irreverencia, con el cuestionamiento radical de unos valores sobre los que se sustenta la Historia de España y, por extensión, de la América hispana. El “absolutismo absoluto”, como se le denomina irónicamente en la obra, el papel asfixiante y atemorizador de la religión, la hipocresía moral, la delación, el favoritismo y la envidia forman parte de los objetivos criticados por el dramaturgo. Ni siquiera la figura de Velázquez sale bien parada. Se le muestra como un hombre desesperado por la falta de reconocimiento social, obsesionado con la obtención de la cruz de Santiago, y desertor de su propia pintura para buscar esa distinción que ha de convertirlo en un personaje noble. Las meninas, que adquieren un notable peso en la fantasía dramática de Anaya, viven inmersas el pantanoso terreno que configuran el miedo, la curiosidad y el deseo sexual reprimido. La infanta Margarita, provocativa y mordaz, se convierte en incómoda agitadora y crítica de la vida cortesana. Maribárbola, en una mezcla de bufón y de espíritu de la Historia, lo que le permite entender, desde la perspectiva del tiempo, la naturaleza de los sucesos de la corte de Felipe IV e influir sobre el pensamiento de la perversa infanta Margarita. Esta confección del personaje de Maribárbola hace posible al dramaturgo introducir el anacronismo, oportuno y casi diría imprescindible en este texto, en el que toda ingenuidad o todo respeto a valores periclitados están de más. La crítica feroz de las raíces morales, políticas y sociales de una hispanidad idealizada y siniestra se pone de manifiesto por medio de un humor pleno de ingenio, agudo y limpio, de suma eficacia en los diálogos, mordaz y divertido siempre. El tipo de construcción dramática empleada tiende a la yuxtaposición de las escenas, más que a una relación temporal y causal a la manera clásica, y se evita la vertebración de la acción dramática en torno a un protagonista, ya que se prefiere una construcción coral, en la que los diferentes personajes adquieren una importancia semejante en la economía dramática. Hay aciertos teatrales evidentes, como la relación de conflicto entre las dos meninas o entre Velázquez y la infanta, además del ya mencionado papel que se confiere a una intelectual y sagaz Maribárbola, personaje fuera del espacio y del tiempo en los que se desarrolla la acción, y capacitado, justamente por su marginalidad, para actuar eficazmente sobre ellos. La escenificación de Ignacio García presenta una magnífica factura formal. Austera y limpia, fluida y casi perfecta de ritmo, permite que el texto llegue con toda su capacidad incisiva, pero también con su singular y brillante sentido del humor. Es digno de elogio el trabajo actoral, muy preciso e imaginativo, que no se reduce a un solo registro. Se recurre a la distorsión farsesca – contenida siempre -, pero también, en ocasiones, a modos propios del realismo (del que se evitan sus excesos) o incluso a soluciones que no sería abusivo calificar de brechtianas. En cualquier caso, una interpretación valiente y comprometida, sin estridencias, al servicio de un proyecto común, original y coherente. Si el texto tenía algo de juego provocador e inteligente, la interpretación actoral ha dado cumplida réplica a la propuesta.
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