LA VOZ HUMANA Del pulcro café escandinavo (La más fuerte) y el sórdido apartamento de barrio (Antes del desayuno), pasamos a la cama de la amante parisiense. Amparo Rivelles, de raso íntimo sobre cama de raso, es la amante. Una mujer enamorada, como las anteriores, pero al borde de la soledad. Cocteau conoce bien los entresijos del corazón, o mejor, el lado existencialista de la vida. Por eso en la amante aferrada al teléfono, en la mujer pendiente de «la voz humana», hay una reflexión sobre el vacío de la existencia, el sin sentido de la vida sometida al vaivén de las circunstancias. Vacío vital que es subrayado por el vacío escénico: la amplia cama y el teléfono son todo el decorado. EI texto fluye espontáneo, diáfano, con la claridad característica de la buena prosa francesa. Amparo Rivelles, felizmente alejada de la Amparito de sus comienzos, lleva adelante el monólogo con una madurez sorprendente. La conversación telefónica, que justifica plenamente el silencio del otro. Se presta a repetir monosílabos y muletillas; Amparo no cansa en ningún momento, en un alarde de verdad escénica. (Si es cierto, como tengo entendido, que de hecho hay alguien al otro lado del teléfono, la fluidez se explica mejor. El truco, en tal caso, robaría algún mérito a la actriz.)
Título: La voz humana.
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