MADRE CORAJE Y SUS HIJOS
El título, Madre Coraje y sus hijos, es hermoso y equívoco. Tan hermoso, que ha inspirado otros títulos. En España, hace algunos años, Antonio Onetti bautizó una de sus obras con el de Madre Caballo. La prueba de que también es equívoco la tenemos en Andalucía, donde un padre que tuvo el valor de infiltrarse en los bajos fondos para investigar el asesinato de su hijo, recibió el apodo de Padre Coraje, en clara referencia al personaje creado por Brecht. Y, sin embargo, éste no es digno de admiración. Está lejos de ser la heroína víctima de la guerra que muchos, obnubilados por el trabajo de algunas de sus intérpretes, creen ver. Madre Coraje es un personaje ambiguo que, al tiempo que clama contra la guerra y quiénes la provocan, vive de ella. Sin embargo, nos compadecemos de esa mujer cuando irrumpe en el escenario arrastrando con sus hijos el carromato que hace las veces de tienda ambulante y de vivienda. Pero muy pronto, cuando la guerra empieza a devorar a sus hijos, advertimos que sus lamentos no son porque se trate de carne de su carne, sino porque, al perderlos, se reduce la plantilla de su empresa. Cuando hayan desaparecido todos, ¿quién la ayudará a tirar del carro? Madre Coraje es un producto lógico de La tentación de humanizar al personaje incluyéndole entre las víctimas inocentes de la guerra y no entre sus beneficiarios, es grande. Algunos directores han caído en ella, ofreciendo una lectura del drama distinta a la deseada por su autor, que no era otra que la de mostrar la barbarie de los conflictos bélicos, denunciar los motivos económicos que subyacen en su origen e invitar a los espectadores a reflexionar sobre todo ello. Como Brecht pedía, Gerardo Vera ha huido en su puesta en escena de las emociones, sirviéndose de los mismos recursos que empleaba el dramaturgo alemán: proyección de imágenes, canciones y abundancia de rótulos. Pero ha ido más allá que aquél, hasta alcanzar, en un escenario sumido en una casi permanente penumbra, una notable frialdad, que sólo es rota por las canciones de Ivette Portier, interpretadas con voz rotunda y bella por por una espléndida Carmen Conesa, y por el estruendoso silencio y los expresivos gestos de
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