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LA REVOLTOSA Y LA GRAN VÍA |
Siguiendo con la proliferación de zarzuela en este verano, producciones José Luis Moreno se descuelga en el Nuevo Teatro Alcalá, con dos títulos antológicos: La Revoltosa y La Gran Vía. |
LA REVOLTOSA Y LA GRAN VÍA Siguiendo con la proliferación de zarzuela en este verano, producciones José Luis Moreno se descuelga en el Nuevo Teatro Alcalá, con dos títulos antológicos: La Revoltosa y La Gran Vía. No es la primera vez que José Luis Moreno programa temporada de zarzuela. Hace años ya lo hizo en el Teatro Calderón de Madrid. Después pasó a temporada de ópera. En aquel entonces intentaba quitar al género la acusación de casposidad y comenzaba a enderezarla por la estética de la comedia musical, salvando las diferencias del género. LA REVOLTOSA
El preludio de La Revoltosa se visualiza con un baile de parejas, todas uniformadas de blanco, nada más levantarse el telón. Es brillante la música, eso ya lo sabíamos, y brillante la coreografía siguiendo los cánones tradicionales. Terminado el preludio y desaparecidos entre cajas los bailarines comienza la obra, cuya mayor virtud a nivel de interpretación es la soltura en todos los personajes. Destacan los protagonistas Beatriz Lanza en Mari Pepa y Luis Cansino en Felipe. Ambos con una voz segura, matizada y proporcionando la diversa gama de emociones. Beatriz Lanza resulta una intérprete que derrocha simpatía y Luis Cansino crea un Felipe, que rezuma humanidad, tanto en sus emociones distantes como cercanas. A destacar el famoso dúo, no solamente en lo que respecta a la parte cantada, sino en cuanto que resulta creíble, humano y alejado de ese cartón piedra al que se recurre muchas veces. Acertadamente, en todos los intérpretes, se ha huido de un exagerado acento chulesco, que se ha dado en llamar acento madrileño. Ello hace que el texto nos resulte más cercano. Buenas y dichas con gracia las Guajiras interpretadas por Mar Abascal, que no duda en interpretar unos pasitos de baile. Un número feliz con apoteosis incluida. Es de celebrar las coreografías que se van alternando con el desarrollo de la acción. Digo alternando, porque, aunque las coreografías en sí mismas sean aceptables, aparecen como añadidos y no integrados en la narración, algo que la buena comedia musical tiene muy en cuenta. Más bien siguen el criterio de la revista, donde los números musicales y bailables se unen al texto por un hilván muy débil. El vestuario es imaginativo y no pretende seguir un naturalismo de la época. Puesto en esa idea de la comedia musical, cabe dar rienda suelta a la imaginación. Los modelos de ellas, sobre todo, muestran un buen gusto. Opinar si es mejor o peor este tratamiento, depende del punto de partida de la dramaturgia en cuestión. En esta línea del vestuario, más discutible es la igualdad de diseño y color en el cuerpo de baile. Ese fue un criterio en la zarzuela, para los coros, y en la revista. Los bailarines y coros se reproducían clónicamente y tanto el mundo de Bradway como el del cine musical de los años 30 lo tenían a gala. Hoy resulta un tanto trasnochado. Basta contemplar los musicales anglosajones, para detectar que la tendencia es evitar la “clonicidad” y devanarse los sesos para crear un vestuario de conjunto entonado, pero diverso. Algo similar sucede con la escenografía. Puestos en la línea del musical imaginativo, sería preferible algo más estilizado y no una corrala que esboza un naturalismo, sin llegar a alcanzarlo. Dicho esto, sí hay que reconocer que la obra fluye bien tanto en el movimiento escénico como en el interpretativo. Rezuma frescura. LA GRAN VÍA Si el mundo coreográfico inundaba bastante a La Revoltosa, La Gran Vía es el terreno abonado para la imaginación. Y así se ha concebido. En este caso lo artificioso de la danza, entrando y saliendo cuando apetezca es más soportable e incluso deseable. A destacar la coreografía creada para Caballero de Gracia, la de los Ratas y el número de los Marineritos, aplicándoles un discreto claqué que no le viene nada mal. En esta diversidad de estilos hay que alabar la versatilidad del Ballet de Carlos Vilán. Vuelve aquí a asombrar Beatriz Lanza en su Menegilda, por su desparpajo y gracia. Luis Cansino – Caballero de Gracia – muestra sus acertadas dotes revisteriles.
Una de las figuras que el público celebra es a Charo Reina en el papel del ama Doña Virtudes. Este personaje a veces se elimina. Es la réplica a las quejas de la Menegilda. Muchas veces se encomienda a la actriz característica y por lo tanto el aspecto musical se tiene menos en cuenta. Se espera de Charo que esto no suceda y se confirma. También se espera que una vez que no es cantante lírica, sino que tiene su estilo peculiar – la copla – algo de eso se note. Y, gracias a Dios, así se resuelve. Al Tango del Ama le da su impronta personal. En La Gran Vía, todos los personajes tienen pequeñas intervenciones. También Charo Reina. Sin embargo para el público asistente del 28 de julio, a juzgar por los vítores y los aplausos del final, es una persona cercana. El vestuario sigue los criterios que ya antes he apuntado. Prefiere también el clonaje, pero, dado la línea de revista de la obra, se adapta mejor. Hay imaginación y elegancia. Lo que desconcierta, ante la mencionada elegancia y buen gusto, es el vestuario del coro en el número de los marineros, es el vestuario en La Mazurka de “Somos los marineritos”. el número se confecciona con un cuerpo de baile masculino y un coro de féminas, que discretamente se sitúan al fondo. Quien haya vestido a las pobres chicas es su peor enemigo. En conjunto las voces del coro suena bien y los solistas muestran seguridad y perfecta vocalización en los textos cantados. La escenografía de La Gran Vía permite llevar la imaginación al límite. Tradicionalmente se recurría a la subida y bajada de telones evocando los distintos barrios de Madrid. En esta ocasión, una gran pantalla de fondo proyecta fotografías en blanco y negro – le Madrid de entonces – y algún Video. La idea es aceptable, pero para epatar más – algo que a José Luis Moreno le encanta en todos sus espectáculos – esa pantalla debería ser digital, al estilo de los grandes conciertos. Imagino que ahí entramos en el terreno económico y no tanto del deseo y la imaginación. EL SONIDO Estos musicales van sin orquesta, como lo oyen. Se recurre a una grabación, sobre la que, en directo y con micrófono, cantan los cantantes. El sistema no es nuevo y ya José Tamayo en su Antología de la Zarzuela lo utilizaba en las partes y en los coros. En el caso de Tamayo el foso sí albergaba a unos pocos músicos y al director que interpretaban sobre la grabación previa. En esta ocasión, en el foso no hay nadie y al director – para, imagino, dar las entradas a los cantantes – se le ve a través de un monitor. También se ha hecho en otras ocasiones. Es un modo de abaratar costes. El sistema de pregrabación de la orquesta se comenzó en el mundo de la danza. Nos hemos acostumbrado que así sea. Ahora parece tocarle al mundo de la lírica. Siempre es mejor la orquesta en vivo y los cantantes, pero puestos en la necesidad de recurrir a la electrónica, habría que cuidar los equipos de sonido, y esto no se da. Se oye demasiado soplido de fondo, el roce de los micrófonos inalámbricos de los solistas sobre su ropa y pequeños chasquidos que la electrónica produce. Esto tiene su remedio, remedio que concierne al bolsillo. La ventaja de estas retransmisiones electrónicas es que las voces llegan claras y los textos se entienden mejor. La desventaja es que, además de lo expuesto con respecto a la técnica – se pierden matices vocales, algo inherente al mundo de la lírica. Como espectáculo resulta atractivo y el público parece salir satisfecho y entusiasmado. Aunque en el programa aparece primero La Gran Vía y después La revoltosa, el orden se ha cambiado. Es un acierto pues La Gran Vía posee una apoteosis final muy adecuada para bajar telón. Sería de desear que en el programa de mano junto al elenco de los artistas, se indicase el nombre de los autores del libreto y el autor de la música.
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