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QUEIPO, EL SUEÑO DE UN GENERAL TRAGICOMEDIA CON FANTOCHE |
Aspectos que completan el retrato del salvapatrias |
QUEIPO, EL SUEÑO DE UN GENERAL TRAGICOMEDIA CON FANTOCHE
El autor y director sevillano Pedro Álvarez Ossorio ha llevado al teatro, como si fuera la escenificación de un sueño con momentos de pesadilla, fragmentos de la vida del tristemente famoso general Gonzalo Queipo de Llano, quien durante la guerra civil aterró a los republicanos andaluces cumpliendo a rajatabla las amenazas, casi siempre de muerte, que lanzaba a través de los micrófonos de Radio Sevilla. El mismo individuo del que Alberti, en conocido poema dedicado a sus alocuciones radiofónicas, decía “es el que ladra, quien muge, quien gargajea, quien rebuzna a cuatro patas”. No se detiene el autor en aquel aciago período, el más conocido y documentado, sino que transita por los años de la Victoria, aquellos en los que la creciente enemistad con Franco, cuyo caudillaje no aceptaba de buen grado, le privaron del mando militar que ejercía y le llevaron a Roma para ocupar un destino forzoso que tenía mucho de exilio. Al hilo de estos acontecimientos históricos, conocemos aspectos de su vida privada que completan el retrato del salvapatrias, en especial los que se refieren a la tormentosa relación con su hija Maruja, que le sirvió de secretaria y a la que negó el permiso para casarse con su propio ayudante, Juliano Quevedo, mostrando en las relaciones familiares un talante que en poco se diferenciaba de los modales castrenses que empleaba en los cuarteles. Contiene la pieza mucha información procedente de muy diversas fuentes. Se advierte un exhaustivo escrutinio de la prensa de entonces y una lectura atenta de cuanto libro o ensayo se ha publicado sobre el tema. También se incorporan buena parte de las memorias escritas por el propio general y, seguramente, testimonios verbales de personas que fueron testigos de aquellos acontecimientos. Completan la parte documental algunas otras aportaciones que recrean el ambiente de la época, entre ellas los populares anuncios comerciales emitidos por la radio, que siguen vivos en la memoria de muchos españoles. Convenientemente depurado, todo ello esta presente en la pieza, cumpliendo las exigencias del teatro documento. Pero también hay ficción. Se añaden escenas inventadas, pero no imposibles de imaginar, como las que muestran a un delirante Queipo convertido en el Ricardo III de Shakespeare. Gracias a estas licencias – ¿o no lo son? -, el espectáculo adquiere una teatralidad que le convierte en tragicomedia. Como sueño que es, su escenificación tiene una estructura fragmentaria que facilita el discurrir fluido de los acontecimientos y permite los saltos temporales. A dichas rupturas formales se suma la que hace que los personajes pasen, sin solución de continuidad y sin que chirríe, del dialogo entre ellos al discurso de cara al público. Sin lujos escenográficos y con el apoyo de imágenes proyectadas, buena parte de las cuales reflejan el alcance de la feroz represión que siguió a la sublevación militar, el peso del espectáculo recae en los actores. Encabeza el reparto Antonio Dechent. Deseaba meterse en la piel de Queipo y para conocerle mejor ha estudiado a fondo su biografía. Fruto de la empatía del actor hacia el personaje es la humanización de éste, que alcanza su cota máxima cuando sus postreros delirios le asemejan al moribundo Alonso Quijano. De algún modo, el intérprete salva a Queipo del infierno al que le ha condenado
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